Discurso
Discurso pronunciado por Julia Alvarez durante la entrega del Honoris Causa en la
Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra

Quisiera Yo Tocar –discurso de Julia Álvarez
Traducción de Ana Margarita Hache
Revisada por Ruth Herrera

Los agradecimientos:

A mis padres, mis hermanas, mi tía Rosa Emilia, a mis amigos y colegas, mis primas Ana Margarita y Zoraya , especialmente a mi compañero Bill que me apoya y me ayuda, a la Virgencita de la Altagracia que me acompaña pagina por pagina, palabra por palabra.

Me siento honrada de aceptar este Doctorado Honoris Causa. Hay un proverbio que dice que nadie es profeta en su tierra. Peor aun, ninguna mujer es profeta en su tierra. Por lo tanto, ser reconocido por su propia gente es ciertamente un homenaje muy, que me conmueve profundamente.

Les digo un secreto: ¡Este tipo de homenaje me da un poco de miedo! ¿Por qué? Porque los tomo muy en serio. Cada honor conlleva una mayor responsabilidad de hacer bien mi trabajo, de mantenerme fiel a la misión de un escritor: la cual es contar las verdades que observo de una manera que les deleite a ustedes, que estremezca sus corazones, que alimente sus espíritus. Esta es una tarea difícil y, como dice la Biblia , a menudo uno no recibe recompensa por realizarla. De hecho, muchas veces disgustamos a nuestras comunidades o familias porque quieren que contemos la historia que desean escuchar sobre si mismos. Pero el trabajo de una escritora es contar las verdades que ella observa, y si hace menos de ahí, es una escritora de alquiler, su visión esta en venta, y por lo tanto, ya no le sirve de mucho a la familia humana. Esa escritora ha alquilado su ventana, la única que tiene para ver el mundo con claridad, para dejarse cubrir como una valla con publicidad pagada por otro cuyas ideas y visiones ella se encarga de promocionar. Ella ha incumplido su responsabilidad de decir que no escuchamos en ninguna otra parte, las cosas que no debemos olvidar o, de lo contrario, ponemos en peligro a nuestra familia humana.

No se si habrán notado que utilice el plural en la frase “contar las verdades que observo”. No dije “la verdad”. Por eso son portentosas las historias: por dar cabida a muchas verdades y realidades contradictorias entre si. Las palabras: “la verdad es”, dan inicio a guerras, provocan divisiones entre las personas, separan al “nosotros” del “ellos”. Las palabras: “había una vez”, crean un circulo de niños, de todas las edades, con los ojos muy abiertos, encantados por la historia que se les esta desvelando.

Ese encantamiento, esa apertura que aportan los lectores a una historia o a un poema es algo sagrado. Cuando el libro que hemos escrito llega al corazón y a la imaginación del lector, esa es nuestra recompensa como escritores. El poder compartir esa profunda y espiritual intimidad de la imaginación con otro ser humano es una inmensa responsabilidad y un gran privilegio.

Una de las cosas que aprendemos a través de la literatura es que “cada cabeza es un mundo”. Cada ser humano tiene su historia. En este mundo de la imaginación no hay jerarquías, no hay clase alta. El dramaturgo romano Terencio, que fue esclavo y se libero por medio de sus obras, lo dijo de esta manera: Soy humano, nada de lo que es humano me es ajeno. Este es el credo del escritor, el credo del lector. Cuando leemos nos convertimos en otra persona muy diferente a lo que somos: un príncipe danés, un esclavo africano, un demente español, una niña haitiana. Las fronteras desaparecen.

Les puedo ofrecer ejemplos tomados de mi propio trabajo. Mi novela, En el tiempo de las mariposas, ha sido traducida a 11 idiomas: turco, noruego, neerlandés…. ¡Imagínense! Un musulmán turco lee mi novela y se convierte en una niña dominicana católica que crece durante una dictadura en el Caribe. El Cuento del Cafecito fue publicado en coreano el año pasado. Un empleado de oficina coreano lee mi fabula verde y se convierte en un campesino dominicano que no sabe leer ni escribir pero que tiene un “doctorado” en como cultivar la tierra. Cuando la Tía Lola vino de visita a quedarse ha sido traducido al japonés. ¡Una ama de casa japonesa se convierte en un niño dominico-americano que vive en los Estados Unidos y aprende de su maravillosa tía dominicana que no debe avergonzarse de ser quien es!.

Y por supuesto esta el ejemplo de mi propia vida. Por accidente fui a parar en los Estados Unidos a la edad de diez años. Domine el idioma ingles. Me convertí en una escritora americana; por “americana” quiero significar el hemisferio porque escribo en el idioma del hemisferio norte, pero el material de mis historias y poemas proviene de mis raíces en una pequeña isla del Caribe. Soy escritora de una diáspora, escribo historias de un mundo en la lengua de otro mundo para lectores que pueden ser de aun otro idioma y otro mundo…

En esto es que todos nos estamos convirtiendo como familia humana, mientras la tecnología nos permita acceder a tantas otras realidades. Incluso si nos quedamos tranquilos en nuestros hogares, la tecnología trae a nuestras salas aviones que se estrellan contra las torres gemelas, bombardeos sobre las calles de Bagdad, casas inundadas por un huracán en Haití o Nueva Orleans. No podemos ignorar el hecho de que todos somos una familia humana. Y las historias y los poemas siempre lo han sabido: es la verdadera esencia de su existencia.

En nuestros muy desalentadores tiempos presentes, yo pienso que esta realidad es una pequeña llama de esperanza. Poder conectarnos profundamente a través de los cuentos y así recordar nuestra comunidad humana. Todos son bienvenidos a la mesa de la literatura. Nadie queda excluido. Hay alimento para quien quiera. Me encanta la descripción que hace el poeta Cesar Vallejo de su labor como escritor:

Quisiera yo tocar todas las puertas,

y suplicar a no se quien, perdón

y hacerle pedacitos de pan fresco

aquí, en el horno de mi corazón

La aspiración del escritor es tocar todas las puertas. Pedimos perdón porque sabemos que debido a nuestras limitaciones lo que creamos no nutrirá a la familia humana en su totalidad. No podemos nutrir a aquellos que no saben leer. No podemos nutrir a aquellos que no tienen acceso a los libros. No podemos nutrir a aquellos que no poseen lo básico, un techo para cobijarse, comida en sus estómagos. Sin embargo, tenemos que continuar haciendo nuestra pequeña cantidad de pan en el pequeño horno de nuestros corazones como si la misma pudiera marcar una diferencia.

Y esto no es suficiente. Toni Morrison, la escritora afroamericana, ganadora del premio Nobel, nos recuerda que: “La función de la libertad es liberar a otra persona”. Los privilegios que hemos disfrutado deben ser extendidos a todos los demás. Los relatos y los poemas nos muestran que no hay fronteras reales para el espíritu humano. Nuestro desafío es como sacar ese conocimiento de las páginas y llevarlo más allá de nuestras familias y amigos, y convertir las palabras en carne, hechos, acciones. Si no hacemos esto, los libros que escribimos y los libros que leemos solo son ejercicios académicos, bajo el dominio exclusivo de una minoría afortunada.

Me gustaría finalizar con una historia yiddish sobre un hombre que va hablar con su rabino sobre la vida después de la muerte. El hombre le pregunta al rabino: “¿Cómo es el cielo?”. Y el rabino le responde: “Oh, el cielo es como una mesa enorme, repleta de todas las delicias culinarias que se te puedan ocurrir, platos y mas platos de manjares. Pero hay un problema, las personas no pueden flexionar sus brazos, por lo que no logran llevarse los alimentos a sus bocas”. Luego el hombre pregunta al rabino: “¿Entonces, como es el infierno?”. El rabino le responde: “El infierno, ¡ay!, el infierno es como una enorme mesa servida para un banquete, con los platos mas sabrosos que se te puedan ocurrir. Pero existe un problema, los brazos de las personas no pueden flexionarse para alcanzar los alimentos y llevárselos a sus bocas”. Así que el hombre le pregunta al rabino: “¿Pero, entonces, cual es la diferencia entre el cielo y el infierno?” Y el rabino le responde: “En el cielo las personas se alimentan las unas a las otras”.

Esta en nuestras manos crear un cielo aquí, en la tierra, al alimentarnos los unos a los otros. No hablo únicamente de bienes materiales, aunque ese es un primer paso necesario. Como escritora me refiero ahora al alimento de la imaginación que eleva el espíritu. El alimento de una educación. El alimento de la alfabetización. El alimento que nos pertenece a todos.

Así que, una vez mas, tomo este honor en serio. Pero necesito la ayuda de ustedes. Hay tantas puertas que tocar, y el horno de un solo corazón es muy pequeño para hornear todo el pan que se necesita para nutrir a nuestra familia humana.