LAS RAICES DOMINICANAS DE LA DOCTRINA DE MONROE

PREFACIO

AI vincular los orígenes de la Doctrina de Monroe a los de la dependencia dominicana, el estudioso se enfrenta a un recorrido incalculablemente largo a través de ]a Historia de dos países, los Estados Unidos de América y la Republica Dominicana, tanto en su desarrollo interno como en sus relaciones con el exterior.
Porque la Doctrina de Monroe no surge de la cabeza de sus creadores como un instrumento de política internacional definitivamente construido. Todo lo contrario. Pasando por diversas etapas de desarrollo, desde su punto de lntroyecci6n, el de la intelecci6n de si misma, hasta el de proyecci6n, el de su acción externa, esta Doctrina acaba por adoptar la fisonomía exactamente opuesta a aquella que tuvo en su nacimiento. Y este proceso no puede ser sino el reflejo de los cambios que la vida histórica hace sufrir a la propia nación norteamericana. Lo que supone un estudio general de ere proceso.
A su vez, las relaciones de Santo Domingo con los Estados Unidos en los aspectos vinculados con la Doctrina, se desenvuelven en el mundo de los acontecimientos dominicanos, cuya naturaleza responde igualmente a una serie de cambios hist6ricos. Lo que igualmente supone un examen general de ere proceso.
Dos grandes líneas se advierten en ere proceso simultaneo. Una línea colonialista que se remonta a los primeros tiempos de la vida histórica de ambas naciones y que concluye en Santo Domingo en 1874, Época en que Estados Unidos abandono sus empresas de naturaleza colonial en Santo Domingo.

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Y una línea financiera, de contenido imperialista, que se inicia en 1905 en Santo Domingo y que coincide con la culminaci6n del proceso de concentración monopolista en los Estados Unidos, principalmente en el seno de dos grandes industrias: el acero y el, petróleo.
Las etapas que debe recorrer la Doctrina de Monroe país alcanzar una fisonomía definitiva y, a la vez, las que debe recorrer Santo Domingo para ajustarse a los alcances de era Doctrina son sumamente complejos y exigen prolongados estudios.
Pero lo más notable que resulta del trabajo es que la historia de Santo Domingo puede escribirse ignorando la Doctrina de Monroe mientras que por el contrario la Doctrina de Monroe no puede escribirse ignorando a Santo Domingo. Ni siquiera cuando exista el prop6sito deliberado de hacerlo.
Es un hecho que los azares de la acción política de los Estados Unidos en Santo Domingo tan impreso profunda huella en era Doctrina debido a la necesidad de un instrumento de legalidad que justifique sus acciones, de donde resulta que ha sido este pequeño país el motor más constante de las modificaciones, interpretaciones y cambios estructurales que ha experimentado este celebre instrumento de la política exterior norteamericana. Y así coma en la biografía de Washington, una figura hist6rica de tan vistosos Caireles de epopeya, desaparece, según cuenta Arnold Toynbee, aquella esclavita en cuyos brazos amorosos encontró la debilidad que debía conducirlo a la muerte, también en ]as aureolas de la Doctrina de Monroe desaparece era esclavita tentadora y mortal que es la parte antiguamente española de la Isla de Santo Domingo.
Ese es el tema de las presentes lecciones que el autor dictó en un cursillo de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), durante el verano de 1971.
La naturaleza de las circunstancias determina que este no sea más que un trabajo esquemático que, a lo sumo, traza las linear que podrían seguirse para un estudio adecuado de este extraño y esclarecedor fenómeno. Desgraciadamente la premura con que fue tratado así como las deficiencias tremendas que confronta el estudioso dominicano en cualquier circunstancia, impiden que este

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trabajo sea el que amerita el tema y el que merecía la atención devota de los estudiantes de México a los que fue dictado.
Ellos encontrarán de nuevo las palabras pronunciadas entonces sin otra alteración que, puesto que las lecciones no fueron leídas salvo cuando se trataba de citas textuales, introdujo la improvisación. Están ausentes también las palabras con las que finalizó el cursillo, ya que la ultima cátedra fue dejada deliberadamente inconclusa para improvisar la conclusión en el marco de las circunstancias eventuales.
Y, de este modo, queden como recuerdo de un entrañable encuentro que por si mismo justifica su publicación.

Santo Domingo,
1972

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