Por:
Monseñor Juan Antonio Flores
Arzobispo Emérito de Santiago de los Caballeros
Se
ha escrito y se seguirá escribiendo sobre
la vida y obras apostólicas y sociales de Monseñor
Roque Antonio Adames Rodríguez. Esta vez sólo
me voy a fijar en su extraordinaria inteligencia. Siempre
fuimos compañeros de estudios.
Todavía niños, subimos la cuesta del Santo
Cerro (La Vega), para entrar en el Seminario Menor, "Padre
Fantino", ya fallecido, el 26 de septiembre de 1941.
Seminario dirigido por los queridos y beneméritos
padres Jesuitas.
Roque
destacó por su inteligencia brillante,
estudiando entonces Humanidades y Latín.
En
el estudio del latín, ya en el segundo año
del seminario menor, el profesor nos explicaba las clases
en el mismo idioma del Lacio. Para practicar el latín,
además de la gramática y las traducciones
de los clásicos y las composiciones escritas,
nos pedía aprender de memoria trozos y páginas
enteras de esos clásicos, sobre todo, de los discursos
de Marco Tulio Cicerón y de la Eneida de Virgilio,
que canta las hazañas heroicas de Eneas, héroe
troyano, hasta llegar y afirmarse en el Lacio. Asimismo,
las poesías de Publio Ovidio Nason y demás
poetas latinos. (Latín viene del lacio, el idioma
del lacio).
Tratando
de esos clásicos, Adames era el que
más lejos llegaba, recitándolos de memoria.
Es una pena que se haya dejado el estudio del latín.
En Europa siguen aprendiéndolo, pues es el idioma
madre de las lenguas romances. El 70% de las palabras
del español vienen del latín, el 18% del
griego clásico, y el 6% del árabe. Además,
el estudio del latín proporciona una gran formación
intelectual, gran precisión en la gramática
y el lenguaje; mucho gusto por la estilística,
con abundancia de epítetos para expresar la idea
con diversas formas y matices. Por ese esmerado estudio
del latín, ya en las facultades de Filosofía
y Teología, casi nos era más fácil
hablar y escribir en latín, que en el mismo español.
Al
terminar el bachillerato y humanidades en el Santo
Cerro, Adames con 17 años de edad, fue becado
para ir a estudiar al Seminario y Pontificia Universidad
de Comillas, España, bajo la dirección
de los Jesuitas. Allá en el primer año,
perfeccionó las humanidades y estudió el
griego clásico, con altas calificaciones. Luego
hizo allá mismo la filosofía, obteniendo
la licenciatura con buenas calificaciones.
Mons.
Octavio A. Beras, entonces Arzobispo de Santo Domingo,
sin regresar a nuestro país, lo envió a
Roma, a la Pontificia Universidad Gregoriana, también
dirigida por los Jesuitas. Ahora, pero creo que más
en ese tiempo, eran dos de las universidades más
exigentes de Europa. Pues en esa universidad tan exigente
Roque Adames obtuvo la licenciatura en Sagrada Teología, "Summa
Cum Laude", la más alta calificación.
Al
terminar la Sagrada Teología, por disposición
del mismo Monseñor Beras, continuó sus
estudios en el Pontificio Instituto Bíblico de
esa Universidad Gregoriana, por dos años, obteniendo
el grado de licenciatura en Sagrada Escritura, Magna
Cum Laude.
Siguió los estudios en esa misma Pontificia Universidad
Gregoriana en Roma, haciendo el doctorado en Teología,
también Magna Cum Laude.
Estuvo
once años formándose en esas altas
Casas de Estudios, de las mejores del Viejo Mundo, sin
regresar a nuestro país. Cuando el que escribe
fue becado para estudiar en esa misma universidad de
Comillas, unas semanas antes de llegar, él pasó a
Roma. Al terminar mis estudios en Comillas, pasé yo
también a Roma, donde coincidimos otra vez.
Con
todo, Mons. Adames nunca se preocupó de pedir
y conservar récords de notas y títulos
académicos, Cuando un servidor llegó al
Arzobispado de Santiago, me encargué de solicitar
en ambas universidades pontificias sus récords
de notas y títulos. Guardé los originales
en el archivo del Arzobispado de Santiago y dí copia
de todos a él. Me lo agradeció mucho. Yo
también conservo copia de todos en mi archivo
personal; y copia de los míos. Los originales
míos también los dejé en el archivo
de ese mismo Arzobispado.
Como
nos queremos tanto, yo diría más
que hermanos, por caminar juntos desde niños,
le pedía y exigía con insistencia que escribiera
libros, pues nadie como él estaba preparado para
eso por tener esa preparación vasta y brillante
y además conocer a fondo la idiosincrasia del
dominicano. Pero no quería. Escribió poco.
Me parece que esas personas muy inteligentes y de gran
preparación, con frecuencia no les gusta escribir
porque son muy perfeccionistas.
Que
con este ejemplo nuestros jóvenes seminaristas
y sacerdotes, y los demás laicos se estimulen
para estudiar más, profundizar más en los
conocimientos, así llegar a poseer la sabiduría,
la sapienza y vivir más la dignidad de la persona.
La sabiduría o sapienza es ciencia pero unida
a la humildad, a la bondad y al buen discernimiento en
la vida.
No
cabe duda, que la Iglesia y nuestro país han
perdido un hombre de gran capacidad y formación
intelectual, humana y religiosa.
Ciertamente,
en la última década fue muy
probado con una larga y dura enfermedad. Que Dios acepte
el holocausto de esa purificación que tuvo y lo
lleve a su eterna gloria. Así sea.
Tomado de: La Información
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