Discursos


En La Ocasion De La Inauguracion Del Monumento De Fray Antonio Montesinos
12 De Octubre 1982

 

Jamás en nuestra historia la piedra y el bronce se habían esculpido como hasta ahora para rendir reconocimiento a una legendaria figura que vivió entre la coherencia de su verbo encendido y humano, y la miseria que rodeó toda su larga existencia de predicador de la Orden de los Domínicos. Al verbo pletórico y a la conducta austera y moralizante, se unía la fe religiosa en plena comunión con todas las precariedades de la pobreza, puesto que las promesas de esplendor de nuestra isla para 1511 se fueron esfumando y solamente quedaban las realidades de tierras paupérrimas en metales preciosos afanosamente buscados y habitadas por pobladores de vida rudimentaria.


Aquella pobreza de la antigua Española, regida por una corte parcialmente acéfala, no percibía los aires de que el descubrimiento implicaba un mundo espiritual donde la incorporación de las tierras al Imperio Español no fuera el producto de la violencia ni el resultado de la voracidad insaciable de los conquistadores; y que la cruz del evangelio se levantara sin llevar la inmolación y el sacrificio de los pueblos descubiertos para que el Vía crucis del Calvario no se reprodujera en los indios pobladores de las tierras del Nuevo Continente.


Los resultados se presentaron rápidamente en los primeros 18 años del descubrimiento. Para 1511, ya esta hermosa isla era muy pequeña para las ambiciones de los aguerridos conquistadores. Los indios, por el maltrato y los vejámenes, comenzaron a morir y a desaparecer con el fuerte trabajo de esclavos a que estaban sometidos en las munas de oro que se erigían como la principal explotación de la colonia. La falta de brazos se hizo notoria, dándose todas las características de una crisis en la producción en la naciente economía de la colonia, lo cual repercutió de inmediato en su progresivo abandono. Hombres de la talla de Hernán Cortés y Núñez de Balboa, consumían sus vidas en la diaria rutina, pero con sus ojos visionarios y ávidos de posarse en otros mares y tierras que sirvieran para ensanchar los límites imperiales asentados en la pequeña isla cada vez más empobrecida, que se debatía entre las rebatiñas de sus autoridades y la manifiesta despreocupación de la corona y de los colonos por el bienestar de los indios.


En este cuadro desolador de la antigua Española es que aparece la figura gigante de Fray Antonio Montesinos, conjuntamente con otros predicadores de la Orden de los Domínicos, que vale decir, Orden de Santo Domingo. Sus curiosas las coincidencias de los nombres con las ricas variantes de la lengua y de la misma historia. Los dominicos son también dominicanos y los dominicanos somos también dominicos bajo el patrón común de Santo Domingo.


Correspondió a Fray Antonio Montesinos, ser el primero de todo el Continente descubierto en levantar su voz para predicar a favor de los derechos de los indios, remendando los grandes profetas y tratando de sensibilizar la conciencia española de la isla. Les enrostró que vivían en pecado mortal y en él morían por la crueldad y tiranía con que usaban los inocentes indios, señalándoles además, que no tenían derecho a imponerle servidumbre ni a tenerlos oprimidos y fatigados sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades; y que por los excesivos trabajos que se les imponían se morían o los mataban para sacar cada vez más oro de las minas. Pero fue más lejos aún, y se puede decir que de aquí parte el nacimiento del derecho a disentir, aún contra el propio Poder, cuando cuestionó el derecho de las autoridades españolas para hacer la guerra a quienes vivían pacífica y mansamente en sus tierras.


Predicar estas ideas frente al pequeño mundo fanatizado de los voraces colonizadores que acudían a la rústica iglesia a oír los sermones tradicionales que se perdían en los latinazos de aquel entonces, era más que osadía, era la revolución capitaneada por la madre iglesia. Además, ello significaba un enfrentamiento con los elementos sociales y jurídicos que servían de basamenta a la colonización que ciertamente no eran obras ni de santos ni de devotos, sino de aguerridos hombres que entendían que el poder proveniente del descubrimiento tenía la sagrada legitimidad que hoy atribuimos al poder del voto popular que se cimenta en la conciencia ciudadana presta a defenderlo como los predicadores domínicos defendieron el derecho de los indios.


Fray Antonio Montesinos, en vez de ceder frente al empuje de la reacción oficial de aquel entonces, volvió a la carga. Su verbo enérgico de aquella primera intervención del domingo de Adviento o último domingo antes de la Navidad de 1511 –que rompió el silencio de los intereses que intentan poner mordazas- volvió por sus fueros demostrando no solamente valor, sino también plena conciencia de los postulados humanos que defendía. No valió la presencia de los oficiales del Rey, tales como Tesorero, Contador, Factor y Veedor, para ratificar con nuevos bríos toda la defensa de los indios de Santo Domingo, Que en ese momento valía decir de todo el Continente, porque aquí se levantaba todo el poder político, civil, militar, y religioso que mas tarde se iría trasplantando en las demás tierras del Continente.


El sermón de Montesinos fue, pues, el primer manifiesto del derecho que tenían los hombres para aspirar a la justicia, a la libertad y a la igualdad en nuestras tierras. Y no fue la suya, como creyó Montesinos, una voz que clamaba en el desierto, porque ya en 1512 en la Junta de Burgos, y en 1513 en la Junta de Valladolid, los más altos y sapientes pensadores de España reconocían al indio esos derechos y legaban al hacerlo, nuevas orientaciones al pensamiento cristiano.


La voz de Montesinos, porque era palabra de porvenir, encontró eco sonoro en Francisco de Vitoria, Domínico también, el más auténtico padre del Derecho de Gentes, autor de las Reelecciones de Indis, obra que en el pensamiento humanista es la más rotunda y bella defensa de los derechos y deberes de la convivencia entre los pueblos. Tras Vitoria se sucedieron Francisco Suárez, Fernando Vásquez Menchaca y otros tantos, llamados a profundizar las doctrinas jusnaturalistas de la Escuela Hispánica del Derecho de Gentes. Como si fueran palabras del sermón de Montesinos, Vásquez de Menchaca, desde el seno de la misma España monárquica y colonial escribía pensamientos como éste: “ Todo poder legitimo de príncipes, reyes, emperadores o cualquier otro régimen, ha sido instituido, creado, recibido o simplemente admitido, única y exclusivamente, para bien de los ciudadanos, no para utilidad de los que gobiernan”.


El mundo continuó desbrozando caminos y dando impulso y alimento a las ideas de hombre como Montesinos. Y llegó entonces Hugo Grocio, quien le imprimió una factura laica al Derecho de Gentes y lo puso al servicio de las libertades que precisaba al capitalismo para ensanchar su horizonte universal. Contra la tesis del Mare Clausum, contra el monopolio de mares y tierras, se opuso la idea del Mare Liberum, de la libertad y de comunicación y de la libertad de comercio. ¡Ya estaban ahí los nuevos tiempos!


Los siglos han pasado, sin embargo, la voz de ese español ilustre que fue Montesinos se acrecienta con este justo reconocimiento a su fecunda memoria la que ha repercutido en todos los procesos que han servido para la consolidación de la democracia en nuestro país y al mismo tiempo para el nacimiento de nuestra condición de pueblo libre y soberano.


Los derechos del hombre por los cuales con otro nombre luchó Fray Antonio Montesinos, han sido faro que ha iluminado permanentemente la conciencia del pueblo dominicano. Aún en los días más oscuros y más negadores de la libertad de todos los dominicanos, la reivindicación de la libertad se constituyó en el motivo de principal para unificar voluntades, criterios y acciones. Solamente el tiempo ha separado las épocas magnas en la lucha por la libertad y la democracia en nuestro país. La democracia política, hoy lograda a plenitud, puede ser una gran respuesta a los resultados de esa lucha y de su plena conciencia y el papel que le corresponde dentro del Continente, como son la igualdad soberana de los Estados, el respeto a la independencia y a la integridad territorial de éstos, la no intervención, la prohibición de recurrir a la amenaza y al uso de la fuerza para dirimir los conflictos internacionales, el pluralismo ideológico, la libre determinación de los pueblos y el respeto a la fiel observancia de los tratados internacionales.


El buen trato a los indios por lo cual clamaba Montesinos, nosotros desde el monumento a su egregia figura, lo reproducimos como el buen trato todos los americanos, sobre todo para que podamos desarrollar nuestra democracia económica de manera que aquellos derechos de trabajo, salud, alimentación, educación y vivienda por los cuales luchó Fray Antonio Montesinos, puedan trascender efectivamente a todos los dominicanos sin distinciones ni prejuicios.


En esta oportunidad, reitero lo que expresé el 16 de agosto de este año: “Nos declaramos hombre americano, parte esencial de una comunidad internacional repleta de gestas heroicas, parte integrante de un nuevo mundo que busca cada día una existencia colectiva, una integración de voluntades y esfuerzos para sumergirse en la defensa de la justicia social, para avocarse en la lucha contra el subdesarrollo. En estos momentos difíciles para los países del Tercer Mundo, es necesaria y urgente la solidaridad entre los pueblos americanos, requeridos de apoyo mutuo para enfrentar sus acuciantes problemas de subsistencias, sus terribles problemas políticos y económicos. En estos momentos difíciles, nuestra América, nuestra magna Patria como la llamaba Don Pedro Henríquez Ureña, debe ser una punta de lanza para contrarrestar las amenazas constantes de un holocausto mundial y debe servir como bastión de equilibrio en el concierto de las naciones del mundo”.


Representa usted Señor Presidente, a un país que no solo defiende la libertad del hombre, sino que quiere preservarla frente a los peligros de un mundo en crisis. No otras motivaciones le llevaron a escribir estos razonados juicios: “La proyección de Méjico al ámbito internacional debe estar basada en la doctrina de la autodeterminación por los imperativos del derecho: o sea, en el apotegma juarista y en toda la doctrina implícita que se ha convertido en grito de reivindicación permanente de quieres soñamos con un mundo justo, viviendo en el orden y en el respeto al derecho ajeno; fuerte voluntad que busca por los caminos del derecho la sociedad de paz ; la paz como condición de ejercicio de la libertad, para construir el progreso que Juárez soñaba para su pueblo miserable, hambriento y sometido”.


La revolución mexicana ha calado hondamente en toda América. Sus lemas son lemas de América. En lo personal, Señor Presidente, mi vida como político dominicano bien podría encuadrarse dentro del respeto a ese lema de la revolución mexicana que reza así: “Sufragio efectivo – No reelección”.
Nuestro deseo más ferviente es, finalmente la expresión de eterno agradecimiento del pueblo dominicano para con Méjico, para con usted Señor Presidente y para el Gobierno que usted preside. Esa expresión, que viene filtrada y creciente a través de la muy vieja querencia que el pueblo dominicano siente y profesa por la nación mejicana quiere darle las gracias por este majestuoso monumento, tan profundo de intenciones, tan cargado de significación histórica y tan generoso como fuente nutricia de los ideales de libertad por los que América y el resto del mundo han vivido en permanente vigilia.


Este Hermoso y grandilocuente símbolo de la lucha del hombre contra la injusticia en este solar de América, en esta tierra primada en las ambiciones y en los desgarramientos coloniales, pero también primigenia en las reivindicaciones de los valores del ser humano, se convierte en testimonio permanente de aquel gran humanista de la orden de Santo Domingo.


Con este gesto generoso, Señor Presidente, usted ha subrayado el hecho histórico de haber sido en esta isla donde por primera vez se alzo la voz en defensa de los derechos del hombre; la voz enérgica y denunciante de Fray Antonio Montesinos; la voz que sembró en América y aventó por todo el Universo la semilla de la justicia y la igualdad del hombre; la voz que tronó contra los desafueros del Poder; la voz que predico la austeridad y la moralidad y el buen trato a los aborígenes; la voz que se recoge en esta piedra y este bronce que resume al fraile de los dos sermones que las ondas del viento fueron transmitiendo por los mares hasta llegar a los mismos oídos de la Corona Española; la voz que generosamente Méjico, presidido por usted, elocuentemente y haciendo justicia a la historia, simboliza con su noble figura.


Gracias, Señor Presidente, por el homenaje eterno del pueblo y gobierno mejicanos al pueblo dominicano cristalizado en este magnifico monumento, cátedra viva a Fray Antonio Montesinos.

Salvador Jorge Blanco Salvador Jorge Blanco |