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 Un transeúnte que atravesaba el calcinante mediodía de un día cualquiera 
        del último verano, quedó sorprendido al descubrir, tirado en la calle, 
        de cara al sol y con los ojos abiertos, a un colegial de unos 15 años 
        de edad. En verdad, la cosa no era como para sobresaltar a nadie. Un muchacho 
        en el suelo, como una pluma en el aire. es cosa que a nadie le quita el 
        sueño. Pues, si hay algo reconfortante en este mundo es ver rodar a un 
        muchacho por esa pendiente que. desde la cumbre del mediodía, desciende 
        suavemente hacia la tarde para verlo caer al fin. Rendido de cansancio, 
        en los brazos de la noche. Por eso el transeúnte pudo relojear desdeñosamente 
        en toda dirección sin mayor interés en fijar la mirada, hasta descubrir 
        súbitamente que el muchacho nadaba en un charco de sangre. Se lanzó a 
        prestarle socorro, sólo para descubrir una cosa peor: que ya era cadáver. 
        Y que se trataba, no de un percance vulgar y callejero, sino de algo todavía 
        mucho peor: de un horrendo crimen. Por encima de todo. lo que resultaba 
        más crispante y aterrador es que ocurriera en nuestra época, en nuestro 
        país. en plena calle y en pleno mediodía de un día cualquiera del último 
        verano... Cundió la alarma. Corrió la gente. Las autoridades hicieron 
        acto de presencia. El médico legista, tras cuidadoso examen, encontró 
        debajo de la oreja una heridita, posiblemente producida por un arma muy 
        sofisticada, quizás un bisturí. Pero el tal bisturí no apareció en ninguna 
        parte. Tampoco se presentó ningún testigo ni pudo tenerse por tal a un 
        chiquillo de unos ocho años de edad llamado PALOMO (porque así suelen 
        llamar a cualquier chiquillo de su edad), probablemente condiscípulo de 
        la víctima que contemplaba como ido el desenvolvimiento de las cosas y 
        hacía pensar que había presenciado el suceso. Pero resultó de todo punto 
        imposible sacarle media palabra (que en todo caso habría tenido poco peso 
        tratándose de una criatura tan tierna). A pesar de eso, el chiquillo no 
        solo resultó el único testigo presencial sino sobre todo el mejor que 
        pudiera imaginarse. No solo porque fuera el único, sino porque contra 
        todo lo que fuera posible imaginar y creer, nadie más que él fue el hiperbólico, 
        extraterrestre, ultranacional y supersolitario autor de aquel horrendo 
        crimen... Desde luego, ponderando más delicadamente las cosas no se debería 
        calificar aquella acción de horrendo crimen, sino de hermosa hazaña, porque 
        lo era en no pequeño grado y medida, ya que tratándose solo de un niño. 
        hay que ver lo que significa abatir a un adversario que le dobla en edad. 
        en habilidad y corpulencia, sin más arma que la mitad de un lápiz, y sí 
        no tan sanguinaria, sin duda mejor esgrimida que la del más famoso torero... 
        La historia amerita contarse de nuevo porque ha producido enorme revuelo 
        entre las personas que la han oído. Sucede que PALOMO tenía unos ojos 
        inverosímiles. Ni azules ni rojos sino morados. Pero ¿sería posible? Pues 
        sí. lo era. Se trataba probablemente de un capricho genético no fácil 
        de explicar. Bien pudo suceder que la sangre azul de un marinero noruego, 
        se encontrara con la sangre roja de una ardiente criolla, y produjeran 
        un relámpago en los vasos capilares de Palomo (lo que los biólogos denominan 
        "caracteres recesivos" porque no aparecen en los progenitores)... También 
        pudo suceder lo que llaman "antojo" si, durante la gestación, la ardiente 
        criolla se aficionó más de lo debido al "caimito" o al "caimitillo", que 
        son frutas moradas por dentro y fuera. Y quizás lo único que sucedió fue 
        lo que dijo el informe pericial: un cambio de coloración en los tejidos, 
        probablemente producido "por sucesivas y sistemáticas alteraciones del 
        esquema rítmico de la alimentación" (desayuno, almuerzo y cena). ¡Quién 
        sabe!... Pero, sea como fuere, a Palomo no le eran imputables las aventuras 
        y desventuras de su cadena genética. Y por supuesto, nadie tenía derecho 
        ni calidad para pedirle cuentas del color de sus ojos y menos para infligirle 
        castigo, sólo porque no fueran de un color registrado en el código de 
        las buenas costumbres. Así son las cosas, hay gentes a quienes las violaciones 
        genéticas de ese venerable código les disparan automáticamente una serle 
        de reacciones en cadena que no pueden resistir. La víctima era una de 
        ellas. Y eso le llevó a la decisión de enmendar a puñetazo limpio esa 
        grave aberración de la naturaleza. Y así lo hizo, la emprendió a golpes 
        contra el violador. Pero ocurrió algo tan imprevisto como imprevisible. 
        Cuando Palomo se encontraba en pleno fragor de la ceremonia punitiva y 
        en consecuencia recibía una lluvia de puñetazos sobre su cabeza, oyó una 
        voz encolerizada que gritaba con todas sus fuerzas: ¡DISPARA! ¡NO TE DETENGAS! 
        y. claro. ¡ya hubiera querido él disparar sin detenerse! pero ¿cómo si 
        el pobrecillo no tenía más arma que su carcomido lápiz escolar? (aunque, 
        eso sí. bien apretado en el puño). Así que. sin pensarlo media vez. puso 
        el dedo en el gatillo. cerró los ojos y ¡PUM! disparó... Increíblemente 
        el tiempo resultó escaso para que su adversario hiciera una mueca de sorpresa 
        mientras se iba de lado antes de caer en redondo. Y al fin se desplomó. 
        Palomo quedó petrificado al abrir los ojos. acaso pensando cómo, sin afinar 
        la puntería. pudo haber hecho blanco. A menos que. así como la voz le 
        dio a él la orden de disparar, también se la hubiera dado al proyectil 
        para  
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