Cuando doce años después Pedro Mir escriba Hay un país en el mundo,
retornará a su punto de partida y en la primera estrofa dirá que ese país al
que alude en el título, el suyo, el territorio donde "¡Hay que llegar al
trapiche antes que el sol levante!", está "Colocado en un inverosímil
archipiélago de azúcar y de alcohol". El ingenio azucarero de sus años
infantiles está ahí, en esa azúcar y ese alcohol, y con el ingenio está la
explotación de los que siembran y cortan y acarrean la caña y convierten su
jugo en azúcar, pero está también la explotación de ese país suyo en el que
habita un pueblo "Sencillamente triste y oprimido".

Pero el lector debe tener presente que entre A la carta que no hade venir,
el primero de los poemas de Pedro Mir, y Hay un país en el mundo, que
escribirá en Cuba en los primeros meses de 1949, hay expresiones de poesía
social que no tienen relación con los ingenios de azúcar y sus trabajadores, y
escribir versos que llevaran en su música mensajes sociales no era tarea fácil
en la República Dominicana de Trujillo, sobre todo cuando esos mensajes
sociales se confundían con los de carácter político, aunque éstos fueran
encubiertos, según se advierte en Poema del llanto trigueño, entre cuyos
versos estallan exclamaciones como ésta; "... y dondequiera, ordeñada
como una vaca mi tierra!". El ordeñador era Trujillo, que además de jefe
militar y jefe político del país, había usado esa doble jefatura para
convertirse también en su jefe económico, en monopolizador de todo lo que
podía producir riqueza.

Pedro Mir consiguió salir de la República Dominicana a mediados de
1947, casi diez años después de haberse publicado por vez primera versos
suyos. Iba a Cuba, donde al llegar encontró que los exiliados dominicanos
de la región del Caribe y de Estados Unidos estaban reuniéndose en Cayo
Confites, un islote situado sobre la costa norte de esa isla, para organizarse
en una fuerza de combate destinada a hacerle la guerra a Trujillo, y el poeta
fue a dar a Cayo Confites. Los expedicionarios de Cayo Confites fueron
apresados en el Canal de los Vientos por la marina cubana; los que habían
llegado a Cuba desde Puerto Rico, Venezuela, Nueva York, retornaron a
sus lugares de origen, pero el poeta Pedro Mir no podía volver a la
República Dominicana a menos que quisiera consumir el resto de su vida
en una cárcel, y pasó a figurar en la lista de los exiliados dominicanos que
vivían en Cuba.

Para un poeta que llevaba en el alma una carga emocional que brotaba
de la situación de su pueblo, de la explotación de los trabajadores y de la
tierra que fecundaban con su esfuerzo, el exilio iba a tener un poder
transformador parecido al que tienen los toneles en que se añejan tos vinos:

lo tendría por dos motivos: porque en aquél en quien se reflejan los dolores
colectivos, esos dolores se concentran y se subliman con la distancia y el
tiempo; y si quien los padece es un poeta, de ellos se alimenta la mejor
poesía, sobre todo si el nuevo medio en que se ha situado el poeta es como
era Cuba, al media reí siglo, en comparación con la República Dominicana.
El desarrollo cubano superaba en todos los órdenes el de nuestro país. y el
lector debe tener presente que en 1949 no había en Cuba nadie que pensara
siquiera en la posibilidad de que Fulgencio Batista volviera al poder, y
mucho menos mediante un golpe de Estado: y fue al comenzar el año 1949
cuando Pedro Mi rescribió Hay un país en el mundo, sobre el cual el poeta y
crítico Ángel Augier, de calidad y seriedad respetables en ambos oficios,
escribiría en los primeros días de junio de ese año un articulo cuyo título,
a la vez que era una paráfrasis del que llevaba el poema, daba una definición
de la categoría que con él alcanzaba Pedro Mir. Ese título era Un nuevo poeta
en el mundo.


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