¡Levántate,
alma mía,
por el materno amor transfigurada,
y a los confines del espacio envía
el himno de la dicha inesperada.
Y tú,
que abres conmigo
a esa ternura nueva el pecho en gozo,
tú que compartes cuanto sueño abrigo,
cuanta ilusión feliz es mi alborozo,
ven, y los dos
a una
el cántico de amor juntos alcemos,
y del pequeño ser ante la cuna
el alba del futuro saludemos:
el alba de esa
vida
que a iluminar nuestro horizonte alcanza,
y a cuya luz vislumbra estremecida
espacios infinitos de esperanza.
Los cielos se
inclinaron,
y descendió al hogar entre armonías
el ángel que mis sueños suspiraron,
nuncio de bendiciones y alegrías.
¡Oh, cómo
se estremece
engrandecida la existencia ufana
pensando de esa aurora que amanece
vivir reproducida en el mañana!
De hoy más,
un sueño solo,
una sola ambición tras el destine,
a nuestras almas servirá de polo,
del tiempo al avanzar en el camino.
¡Oh, sí!
Limpiar de abrojos
la senda preparada al ser que nace,
al bien y a la virtud abrir sus ojos
y el peligro desviar que le amenace.
Y así,
como entre flores,
ajeno a la maldad, al vicio ajeno,
verle a lo grande tributar honores
y el alto aprecio merecer del bueno.
Y así
a la Patria, al mundo,
como prenda de paz y de amor santo,
en acciones magnánimas fecundo
un miembro digno regalar en tanto.
¡Doblemos
el aliento!
Vamos al porvenir, la fe en el alma,
para él a conquistar con ardimiento
de ciencia, de virtud, de bien la palma.
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