La
república se siente conmovida y al mismo tiempo enlutada.
Parecería que el mismo Dios quiere cada vez más
señalar con los designios de la Providencia los acontecimientos
que al mismo tiempo que enlutecen a la familia dominicana sirven
como un eslabón significativo de la cadena de la historia
de este gran país que cada día forja y acrecienta
su propia nacionalidad y los estamentos que dan perfiles a su
institucionalidad democrática. El mismo hecho de que este
suceso luctuoso que conmueve a toda la República, la muerte
de nuestro Vicepresidente don Manuel Fernández Mármol,
ocurra la víspera del día de nuestra Patrona, la
Inmaculada Virgen de La Altagracia y que sus honras fúnebres
que llenan a todo el pueblo acontezcan al mismísimo día
del 21 de enero, la fecha que sirve para estrechar, enaltecer
y reverenciar los valores espirituales de nuestro gran mundo cristiano
con su cabeza, la Iglesia Católica, Apostólica y
Romana, parecería advertencia providencial a todo el pueblo
dominicano, de manera que esta sensible perdida, lejos de constituirse
en una fuente de interpretaciones jurídicas, constitucionales
y políticas derivadas de la sucesión vicepresidencial,
se constituya en bálsamo que magnifique cada vez mas la
vida republicana y democrática del país, santificada
con el voto popular que sirvió para trazar la alta investidura
de este hombre por la cual el pueblo votó para que su elección
terminara el 16 de agosto del 1986.
El hombre que hoy enterramos, de vida sencilla y apacible, fue
de esas extraordinarias figuras cuya existencia supero toda la
narración de aquellos que sin estar en los dominios del
limbo, sin embargo, le permitió tomar posiciones en los
momentos mas difíciles del país a raíz de
iniciarse la apertura democrática tras los sucesos que
siguieron al 30 de mayo de 1961. No hay que descartar, en ese
sentido, que el peso de la sangre colateral gravitara fuerte pero
al mismo tiempo pundonorosamente sobre sus venas, porque un hermano
cayo en las laderas de las montañas de Constanza, y otro
pereció por las calles de la antigua Habana, cuando la
tiranía asomaba con la imagen que solamente caería
bajo el fusil del exilio dominicano. De ahí que al hombre
que se le rinden estos altos honores póstumos derivados
de su investidura como Vice- Presidente de la Republica, se aparejan
dotes singulares en su persona.
No
fue hombre de controversias. Más aun diría que fue
un hombre que quiso mantenerse al margen de las controversias
dentro o fuera del Partido Revolucionario Dominicano. Pero eso
no le resto ser un hombre de decisiones. Su mismo historial lo
revela así. En 1961, fue de los primeros que se incorporo
a la lucha por el nacimiento de la democracia en la Republica
Dominicana, con los riesgos patrimoniales y de la propia existencia
que significaba en ese entonces enfrentarse a arteros remanentes
que intentaban oponerse a los aires de libertad que estremecían
al suelo patrio. El 24 de abril, sin mayores fuerzas, como un
Quijote, asumió la Alcaldía de esta ciudad de Santo
Domingo, primada del Nuevo Mundo, como si con este gesto quisiera
advertir que todavía habíamos muchos Quijotes de
la herencia secular de la Madre Patria.
En
todo el periodo de 1966 a 1978, hizo una oposición gallarda
y firme, dando sus recursos permanentes a la causa del Partido
Revolucionario Dominicano. Su presencia, aunque no fuera compartida,
sin embargo, era estimada por esas significativas contradicciones
que se dan en los partidos policlasistas, en los cuales el debate,
duro, nunca deja de ser flexible para entender las estructuras
humanas. A don Manuel Fernández Mármol, aunque se
le pudiera combatir, siempre había que admitirlo con todas
las reglas de compensación con que se nutre la democracia.
Entre 1978 y 1982, con Manuel Fernández Mármol,
jugó un papel silencioso, pero muy eficaz frente al Poder
de aquel entonces. Su alejamiento de la personificación
del Poder de aquella época, sin desmedro de su amistad
personal con las altas esferas, fue en permanente defensa y lección
al Partido Revolucionario Dominicano. En ese sentido, con sonrisas
nos gano la Décima Convención y también con
sonrisas y abrazo lo seleccione para que la Oncena Convención
lo eligiera candidato vicepresidencial. Con este hombre se rompieron
todas las reglas de lucha política, pues sin mayores esfuerzos
obtuvo victorias esplendorosas en la vida política de nuestro
país. Y esto es una gran experiencia, por que no es que
don Manuel Fernández Mármol nunca luchara, muy al
contrario, fue un permanente luchador. Pero, tuvo un gran sentido
de la oportunidad, sin dejar de mencionar que ese gran sentido
de la oportunidad también lo llevó a confrontaciones
convencionales, de las cuales surgió como un caballero
maltrecho del encuentro con los molinos, pero sin resentimientos
y con el gran espíritu de emprender nuevas jornadas para
romper lanzas con las experiencias que las lides políticas
acumulan con el discurrir de los años, pero entendiendo
el tiempo con su propia filosofía y con un sentido del
humor, del cual don Manuel Fernández Mármol hizo
gala en todos los momentos mas difíciles aun en el curso
de su enfermedad que finalmente lo llevó a la muerte.
Fue
un gran Vicepresidente. Para hacer el papel de segundo sujeto,
se necesita tener el valor de admitir la naturaleza especial de
su función y de que otra jerarquía suprema esta
por encima de la segunda investidura constitucional de la Republica.
Además, se necesita para hacer un gran papel, tener la
vocación para estos desprovistos de la participación
en los eventos o contingencias electorales del país. La
misma historia de la Republica Dominicana es reveladora de las
características singulares que necesitan para ser segundo
y eventualmente primero. Es una historia fecunda en los altibajos
en torno a la segunda posición de importancia en el país.
Sin embargo, los tiempos han cambiado. Mientras que en los periodos
anteriores al treinta la vicepresidencia se convirtió en
foco de subversión o detonante de aspiraciones, lo cierto
es, que aun adentro de la misma tiranía, con un constitucionalismo
huero, fue paso de la sucesión ordenada del Poder, continuando
todo esto cuando la democracia, con sus plenos atributos, comienza
a palpitar y a constituirse en un ser que fecundiza todas las
aspiraciones del pueblo dominicano a través del voto real
y sentido de las grandes mayorías.
No
se sinceramente que mas admirar en don Manolo, si su sentido de
la fidelidad a la amistad o su lealtad con la vida partidaria.
Todavía me debato en estas dudas. Sin embargo, hay algo
que tengo que señalar como una condición sobresaliente
en él: el valor con que se enfrento a los momentos más
difíciles de su vida y sobre todo el valor con que se enfrentó
a la muerte. Me inclino reverente ante su valentía. Nadie
que lo estuviera visitando con frecuencia podía dudar de
que sus días estaban contados. Empero, don Manolo, respiraba
valor y también lozanía. Cada día su buen
humor era un manantial inagotable del deseo de servir y de prestar
su concurso a la solución de los problemas de los demás.
Dios
quiera que su muerte sirva para cicatrizar las heridas lacerantes
dentro del Partido Revolucionario Dominicano; y que su partida
se constituya en un permanente recuerdo para vivificar la realidad
de su unidad e indivisibilidad, y que todos bebamos en su ejemplo
edificante; y que para el pueblo, la muerte de este singular hombre,
que abarcó tantas dimensiones incluyendo el mundo de Mercurio
o la palestra de la vida pública, sea permanente estimulo
de que para servir al país no se necesita ni el lustre
universitario ni el nombre de las familias legendarias, sino el
pleno sentido de la responsabilidad y del deber ciudadanos, de
los cuales don Manuel Fernández Mármol hizo gala
de ciudadano ejemplar.
Para su viuda Adelina y para todos sus hijos, nuestro dolor se
confunde con el luto de toda la familia y de todo el pueblo que
lo despide con reverencia y al mismo tiempo con amor.