Jamás
en nuestra historia la piedra y el bronce se habían esculpido
como hasta ahora para rendir reconocimiento a una legendaria figura
que vivió entre la coherencia de su verbo encendido y humano,
y la miseria que rodeó toda su larga existencia de predicador
de la Orden de los Domínicos. Al verbo pletórico y
a la conducta austera y moralizante, se unía la fe religiosa
en plena comunión con todas las precariedades de la pobreza,
puesto que las promesas de esplendor de nuestra isla para 1511 se
fueron esfumando y solamente quedaban las realidades de tierras
paupérrimas en metales preciosos afanosamente buscados y
habitadas por pobladores de vida rudimentaria.
Aquella pobreza de la antigua Española, regida por una corte
parcialmente acéfala, no percibía los aires de que
el descubrimiento implicaba un mundo espiritual donde la incorporación
de las tierras al Imperio Español no fuera el producto de
la violencia ni el resultado de la voracidad insaciable de los conquistadores;
y que la cruz del evangelio se levantara sin llevar la inmolación
y el sacrificio de los pueblos descubiertos para que el Vía
crucis del Calvario no se reprodujera en los indios pobladores de
las tierras del Nuevo Continente.
Los resultados se presentaron rápidamente en los primeros
18 años del descubrimiento. Para 1511, ya esta hermosa isla
era muy pequeña para las ambiciones de los aguerridos conquistadores.
Los indios, por el maltrato y los vejámenes, comenzaron a
morir y a desaparecer con el fuerte trabajo de esclavos a que estaban
sometidos en las munas de oro que se erigían como la principal
explotación de la colonia. La falta de brazos se hizo notoria,
dándose todas las características de una crisis en
la producción en la naciente economía de la colonia,
lo cual repercutió de inmediato en su progresivo abandono.
Hombres de la talla de Hernán Cortés y Núñez
de Balboa, consumían sus vidas en la diaria rutina, pero
con sus ojos visionarios y ávidos de posarse en otros mares
y tierras que sirvieran para ensanchar los límites imperiales
asentados en la pequeña isla cada vez más empobrecida,
que se debatía entre las rebatiñas de sus autoridades
y la manifiesta despreocupación de la corona y de los colonos
por el bienestar de los indios.
En este cuadro desolador de la antigua Española es que aparece
la figura gigante de Fray Antonio Montesinos, conjuntamente con
otros predicadores de la Orden de los Domínicos, que vale
decir, Orden de Santo Domingo. Sus curiosas las coincidencias de
los nombres con las ricas variantes de la lengua y de la misma historia.
Los dominicos son también dominicanos y los dominicanos somos
también dominicos bajo el patrón común de Santo
Domingo.
Correspondió a Fray Antonio Montesinos, ser el primero de
todo el Continente descubierto en levantar su voz para predicar
a favor de los derechos de los indios, remendando los grandes profetas
y tratando de sensibilizar la conciencia española de la isla.
Les enrostró que vivían en pecado mortal y en él
morían por la crueldad y tiranía con que usaban los
inocentes indios, señalándoles además, que
no tenían derecho a imponerle servidumbre ni a tenerlos oprimidos
y fatigados sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades;
y que por los excesivos trabajos que se les imponían se morían
o los mataban para sacar cada vez más oro de las minas. Pero
fue más lejos aún, y se puede decir que de aquí
parte el nacimiento del derecho a disentir, aún contra el
propio Poder, cuando cuestionó el derecho de las autoridades
españolas para hacer la guerra a quienes vivían pacífica
y mansamente en sus tierras.
Predicar estas ideas frente al pequeño mundo fanatizado de
los voraces colonizadores que acudían a la rústica
iglesia a oír los sermones tradicionales que se perdían
en los latinazos de aquel entonces, era más que osadía,
era la revolución capitaneada por la madre iglesia. Además,
ello significaba un enfrentamiento con los elementos sociales y
jurídicos que servían de basamenta a la colonización
que ciertamente no eran obras ni de santos ni de devotos, sino de
aguerridos hombres que entendían que el poder proveniente
del descubrimiento tenía la sagrada legitimidad que hoy atribuimos
al poder del voto popular que se cimenta en la conciencia ciudadana
presta a defenderlo como los predicadores domínicos defendieron
el derecho de los indios.
Fray Antonio Montesinos, en vez de ceder frente al empuje de la
reacción oficial de aquel entonces, volvió a la carga.
Su verbo enérgico de aquella primera intervención
del domingo de Adviento o último domingo antes de la Navidad
de 1511 –que rompió el silencio de los intereses que
intentan poner mordazas- volvió por sus fueros demostrando
no solamente valor, sino también plena conciencia de los
postulados humanos que defendía. No valió la presencia
de los oficiales del Rey, tales como Tesorero, Contador, Factor
y Veedor, para ratificar con nuevos bríos toda la defensa
de los indios de Santo Domingo, Que en ese momento valía
decir de todo el Continente, porque aquí se levantaba todo
el poder político, civil, militar, y religioso que mas tarde
se iría trasplantando en las demás tierras del Continente.
El sermón de Montesinos fue, pues, el primer manifiesto del
derecho que tenían los hombres para aspirar a la justicia,
a la libertad y a la igualdad en nuestras tierras. Y no fue la suya,
como creyó Montesinos, una voz que clamaba en el desierto,
porque ya en 1512 en la Junta de Burgos, y en 1513 en la Junta de
Valladolid, los más altos y sapientes pensadores de España
reconocían al indio esos derechos y legaban al hacerlo, nuevas
orientaciones al pensamiento cristiano.
La voz de Montesinos, porque era palabra de porvenir, encontró
eco sonoro en Francisco de Vitoria, Domínico también,
el más auténtico padre del Derecho de Gentes, autor
de las Reelecciones de Indis, obra que en el pensamiento humanista
es la más rotunda y bella defensa de los derechos y deberes
de la convivencia entre los pueblos. Tras Vitoria se sucedieron
Francisco Suárez, Fernando Vásquez Menchaca y otros
tantos, llamados a profundizar las doctrinas jusnaturalistas de
la Escuela Hispánica del Derecho de Gentes. Como si fueran
palabras del sermón de Montesinos, Vásquez de Menchaca,
desde el seno de la misma España monárquica y colonial
escribía pensamientos como éste: “ Todo poder
legitimo de príncipes, reyes, emperadores o cualquier otro
régimen, ha sido instituido, creado, recibido o simplemente
admitido, única y exclusivamente, para bien de los ciudadanos,
no para utilidad de los que gobiernan”.
El mundo continuó desbrozando caminos y dando impulso y alimento
a las ideas de hombre como Montesinos. Y llegó entonces Hugo
Grocio, quien le imprimió una factura laica al Derecho de
Gentes y lo puso al servicio de las libertades que precisaba al
capitalismo para ensanchar su horizonte universal. Contra la tesis
del Mare Clausum, contra el monopolio de mares y tierras, se opuso
la idea del Mare Liberum, de la libertad y de comunicación
y de la libertad de comercio. ¡Ya estaban ahí los nuevos
tiempos!
Los siglos han pasado, sin embargo, la voz de ese español
ilustre que fue Montesinos se acrecienta con este justo reconocimiento
a su fecunda memoria la que ha repercutido en todos los procesos
que han servido para la consolidación de la democracia en
nuestro país y al mismo tiempo para el nacimiento de nuestra
condición de pueblo libre y soberano.
Los derechos del hombre por los cuales con otro nombre luchó
Fray Antonio Montesinos, han sido faro que ha iluminado permanentemente
la conciencia del pueblo dominicano. Aún en los días
más oscuros y más negadores de la libertad de todos
los dominicanos, la reivindicación de la libertad se constituyó
en el motivo de principal para unificar voluntades, criterios y
acciones. Solamente el tiempo ha separado las épocas magnas
en la lucha por la libertad y la democracia en nuestro país.
La democracia política, hoy lograda a plenitud, puede ser
una gran respuesta a los resultados de esa lucha y de su plena conciencia
y el papel que le corresponde dentro del Continente, como son la
igualdad soberana de los Estados, el respeto a la independencia
y a la integridad territorial de éstos, la no intervención,
la prohibición de recurrir a la amenaza y al uso de la fuerza
para dirimir los conflictos internacionales, el pluralismo ideológico,
la libre determinación de los pueblos y el respeto a la fiel
observancia de los tratados internacionales.
El buen trato a los indios por lo cual clamaba Montesinos, nosotros
desde el monumento a su egregia figura, lo reproducimos como el
buen trato todos los americanos, sobre todo para que podamos desarrollar
nuestra democracia económica de manera que aquellos derechos
de trabajo, salud, alimentación, educación y vivienda
por los cuales luchó Fray Antonio Montesinos, puedan trascender
efectivamente a todos los dominicanos sin distinciones ni prejuicios.
En esta oportunidad, reitero lo que expresé el 16 de agosto
de este año: “Nos declaramos hombre americano, parte
esencial de una comunidad internacional repleta de gestas heroicas,
parte integrante de un nuevo mundo que busca cada día una
existencia colectiva, una integración de voluntades y esfuerzos
para sumergirse en la defensa de la justicia social, para avocarse
en la lucha contra el subdesarrollo. En estos momentos difíciles
para los países del Tercer Mundo, es necesaria y urgente
la solidaridad entre los pueblos americanos, requeridos de apoyo
mutuo para enfrentar sus acuciantes problemas de subsistencias,
sus terribles problemas políticos y económicos. En
estos momentos difíciles, nuestra América, nuestra
magna Patria como la llamaba Don Pedro Henríquez Ureña,
debe ser una punta de lanza para contrarrestar las amenazas constantes
de un holocausto mundial y debe servir como bastión de equilibrio
en el concierto de las naciones del mundo”.
Representa usted Señor Presidente, a un país que no
solo defiende la libertad del hombre, sino que quiere preservarla
frente a los peligros de un mundo en crisis. No otras motivaciones
le llevaron a escribir estos razonados juicios: “La proyección
de Méjico al ámbito internacional debe estar basada
en la doctrina de la autodeterminación por los imperativos
del derecho: o sea, en el apotegma juarista y en toda la doctrina
implícita que se ha convertido en grito de reivindicación
permanente de quieres soñamos con un mundo justo, viviendo
en el orden y en el respeto al derecho ajeno; fuerte voluntad que
busca por los caminos del derecho la sociedad de paz ; la paz como
condición de ejercicio de la libertad, para construir el
progreso que Juárez soñaba para su pueblo miserable,
hambriento y sometido”.
La revolución mexicana ha calado hondamente en toda América.
Sus lemas son lemas de América. En lo personal, Señor
Presidente, mi vida como político dominicano bien podría
encuadrarse dentro del respeto a ese lema de la revolución
mexicana que reza así: “Sufragio efectivo – No
reelección”.
Nuestro deseo más ferviente es, finalmente la expresión
de eterno agradecimiento del pueblo dominicano para con Méjico,
para con usted Señor Presidente y para el Gobierno que usted
preside. Esa expresión, que viene filtrada y creciente a
través de la muy vieja querencia que el pueblo dominicano
siente y profesa por la nación mejicana quiere darle las
gracias por este majestuoso monumento, tan profundo de intenciones,
tan cargado de significación histórica y tan generoso
como fuente nutricia de los ideales de libertad por los que América
y el resto del mundo han vivido en permanente vigilia.
Este Hermoso y grandilocuente símbolo de la lucha del hombre
contra la injusticia en este solar de América, en esta tierra
primada en las ambiciones y en los desgarramientos coloniales, pero
también primigenia en las reivindicaciones de los valores
del ser humano, se convierte en testimonio permanente de aquel gran
humanista de la orden de Santo Domingo.
Con este gesto generoso, Señor Presidente, usted ha subrayado
el hecho histórico de haber sido en esta isla donde por primera
vez se alzo la voz en defensa de los derechos del hombre; la voz
enérgica y denunciante de Fray Antonio Montesinos; la voz
que sembró en América y aventó por todo el
Universo la semilla de la justicia y la igualdad del hombre; la
voz que tronó contra los desafueros del Poder; la voz que
predico la austeridad y la moralidad y el buen trato a los aborígenes;
la voz que se recoge en esta piedra y este bronce que resume al
fraile de los dos sermones que las ondas del viento fueron transmitiendo
por los mares hasta llegar a los mismos oídos de la Corona
Española; la voz que generosamente Méjico, presidido
por usted, elocuentemente y haciendo justicia a la historia, simboliza
con su noble figura.
Gracias, Señor Presidente, por el homenaje eterno del pueblo
y gobierno mejicanos al pueblo dominicano cristalizado en este magnifico
monumento, cátedra viva a Fray Antonio Montesinos.
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