Acudo
ante esta tumba abierta para recibir al Segundo Teniente Onésimo
Varela Mejía, quien después de 29 años en el
Ejército Nacional, cae abatido por balas alevosas que al
mismo tiempo que siegan la vida de un honesto militar al servicio
de las armas de la república, hieren sentimientos familiares,
ciudadanos y conturban no solamente al reciente gobierno en que
me honro en presidir, sino a toda la ciudadanía y a toda
la república.
No vengo a hablar de las virtudes del Teniente Varela Mejía;
sus virtudes están recogidas conjuntamente con sus méritos
en la honrosa hoja de servicios que figura en la disciplina jerárquica
de la Jefatura del Estado Mayor del Ejército Nacional. Si
vengo aquí es, para con mi autoridad, que emerge de mi condición
de Presidente de la Republica y Comandante Supremo de las Fuerzas
Armadas y de la Policía Nacional y de ciudadano firmemente
apegado al respeto, a la vida y a todos los derechos del hombre
en todos los momentos de mi existencia, así como a la defensa
de la majestad de la justicia, a que hacer valer toda esta autoridad
para que el hecho de que ha sido victima este noble soldado sea
esclarecido y sus autores reciban el castigo de las penas establecidas
y señaladas por nuestros tribunales.
La
muerte de este servidor de los Institutos Castrenses, que ha levantado
una familia, humilde pero respetada, mueve a grandes reflexiones.
¡Pudiera ser que se le esta lanzando un reto al joven gobierno,
como tratando de disminuir la seguridad en los Cuerpos Castrenses
en sus relaciones con el gobierno civil que nosotros encabezamos
y en el cual tenemos la plena obediencia de las Fuerzas Armadas
y de la Policía Nacional! ¡Pudiera ser también,
que se intenta poner una banderilla para conturbar el animo disciplinado,
obediente y respetuoso de las Fuerzas Armadas y de la Policía
Nacional, que desde antes que el gobierno naciera y posterior a
su juramentación se han mantenido en permanente contacto
y entendimiento de su misión esencial y de los sagrados deberes
del gobierno que presidimos, del mandado constitucional del cual
ha sido investido por la voluntad del pueblo dominicano! ¡Pudiera
ser que en el fondo se le este planteando un reto a la justicia
dominicana! A la justicia debatida entre la muerte y la vida, a
la justicia que quiere resucitar y levantarse de los sepulcros de
los fundadores de la misma república.
A
la justicia idealista de las grandes novelas literarias, en la cual
cuando los poderes públicos no hacen justicia oportunamente,
ésta baja al pueblo y se convierte en una salvajada, en una
salvajada justa. Pero yo digo aquí, ante la tumba de este
soldado, que no es un soldado desconocido, ni que tampoco es la
tumba ni el panteón para honrar a muchos de los que caen
en los campos de batalla en el cumplimiento de su deber sacrosanto,
que a este Segundo Teniente, elevado ya a Primer Teniente, Varela
Mejía, pondremos nuestra autoridad, revestida con la moralidad
que nos proviene de la lucha por la justicia y el respeto a los
derechos humanos, como garantía de que vamos no a remover
el cielo y la tierra como corrientemente se dice, con frase huera
de un salida protocolaria, sino a buscar pacientemente, con el concurso
de la ciudadanía y de todos los servicios de seguridad y
secretos, de los Cuerpos Castrenses y de la Policía Nacional,
a los responsables de este asesinato.
Mi
mandato estará conforme cuando a su termino, el 16 de agosto
de 1986, los autores ya estén condenados por los Tribunales
Judiciales, como el primer ejemplo de una justicia rápida
y no menos efectiva, con jueces probos como espera todo el país
en este gran reto nacional, para que la paz sea reto de convivencia
eterna entre todos los dominicanos. Es un reto a mí y a nuestro
gobierno; es un reto al Ejército, a la Marina, a la Aviación
y a la Policía; es un reto a los Senadores y a los Diputados;
es un reto a los Fiscales y a los Jueces que están es víspera
de ser elegidos; es el reto finalmente al pueblo dominicano. Y yo
digo, finalmente, ante la tumba del Primer Teniente Varela Mejía,
que yo acepto este reto.
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