Texto
de la conferencia Magistral ofrecida por el
Dr. Leonel Fernández en la Universidad de Seton Hall
Monseñor Roberto Sheeran,
presidente de la Universidad de Seton Hall;
Dr. Mel J. Shay, vicepresidente
de Seton Hall;
Dr.
J. Franco Morales, director ejecutivo de Programas Académicos
Especiales;
Distinguidas
Autoridades;
Miembros De la Facultad; Estudiantes;
Señoras y señores:
Hace algunos años, a mediados
de los ochenta, tuve la oportunidad de visitar la Universidad de
Seton Hall. En aquella época, era parte de un grupo de profesores
universitarios dominicanos que vinieron a compartir sus opiniones
y experiencias con los eruditos norteamericanos en un conjunto de
temas importantes con respeto a nuestras naciones.
Como lo recuerdo, Seton Hall era
entonces un lugar alegre, brotando con la impaciencia tanto para
el aprendizaje como para la pasión por el baloncesto.
Luego, cuando tuve la suerte de
ver el equipo de baloncesto de Seton Hall en la televisión,
recordaría siempre mi visita aquí y entre mí
pensaría, a veces mordiéndome las uñas: "
Vamos muchachos, ganémosles."
Hoy, me honran y me privilegian
en recibir un Doctorado Honorario en Humanidades de una institución
de estudios superiores tan prestigiosa como Seton Hall, por lo que
se ha considerado como realizaciones de mi administración
en la consolidación de la democracia y el posicionamiento
de la República Dominicana en asuntos internacionales.
Quisiera agradecer a todos aquellos
que han hecho posible este momento precioso, especialmente a los
miembros del Instituto Dominicano de Seton Hall, que sometió
la petición para la aprobación a las autoridades de
la Universidad; al Dr. J. Franco Morales y a Monseñor Roberto
Sheeran por todo su interés y ayuda.
También quisiera agradecer
al doctor Franklyn Holguín Haché, quien abrazó
este proyecto con entusiasmo y calor, así como a los rectores
de las universidades dominicanas: Monseñor Agripino Núñez
Collado, Rafael Toribio y Mariano Defilló, quienes nos acompañan
hoy.
También, quisiera expresar
mi gratitud a Jacqueline Malagón, por todos sus esfuerzos,
y a todos los miembros del equipo de La Semana Dominicana.
De nuevo, gracias a todos ustedes.
En relación con a la situación
de la República Dominicana en el nuevo sistema internacional,
hay algunas ideas que quisiera compartir con ustedes hoy.
Para empezar, el mundo entero ha
estado atravesando por un proceso acelerado de transformación
en el cual la expansión de la democracia, la liberalización
comercial y las comunicaciones globales han desempeñado un
papel clave.
Ahora estamos viviendo dentro de
un nuevo contexto internacional que ha substituido las viejas rivalidades
ideológicas entre las superpotencias durante la guerra fría
para un orden mundial interdependiente, globalizado.
Este nuevo orden mundial que emerge
crea oportunidades, pero también plantea muchos riesgos e
incertidumbres para todas las naciones, especialmente para aquellas
que viven bajo condiciones precarias, como la República Dominicana.
La globalizacion, con toda su revolución
técnica y científica, crea una nueva red entretejida
de las naciones que interactúan de cerca en las áreas
de la producción económica, de la distribución
y del consumo de mercancías y servicios, mediante una transferencia
internacional intensificada del capital, de la tecnología
y las personas.
Con todos los cambios profundos
que han ocurrido en la década pasada, el mundo realmente
se ha contraído, convirtiéndose en una aldea global
sin fronteras.
Pero como consecuencia de la globalización,
la brecha entre los ricos y los pobres se ha ensanchado. La desigualdad
social se ha profundizado. La abundancia se está concentrando
siempre más en pocas manos. Millones de gentes viven con
menos de un dólar por día. Las enfermedades mortales
se están esparciendo por todas partes y no parece haber una
receta válida para aliviar el hambre en el mundo.
La ambivalencia aparece como la
característica dominante de este período de la historia
en el cual las fortunas más grandes jamás acumulada
por la humanidad coexista con la pobreza más grande jamás
experimentada.
Sin saber que él captaría
una imagen exacta de los tiempos que estamos viviendo, Charles Dickens
escribió en su novela clásica, Historia de Dos Ciudades,
estas palabras maestras:
"Eran los mejores tiempos,
eran peores tiempos, era la época de la sabiduría,
era la época de la insensatez, era la época de la
creencia, era la época de la incredulidad, era la estación
de la Luz, era la estación de la Oscuridad, era la Primavera
de la esperanza, él era el Invierno de la desesperación,
nosotros teníamos todo ante nosotros, nosotros no teníamos
nada ante nosotros..."
Qué significa todo esto para
la República Dominicana, un país caribeño pequeño
que comparte con Haití, el país más pobre del
hemisferio occidental, la isla de Hispaniola?
Significa un desafío inevitable.
Un desafío para la supervivencia de su gente, de su cultura
y de su identidad; y un desafío para el progreso y la prosperidad.
Con el nuevo emergente orden del
mundo, que funciona más en base de comercio y de inversiones
que en los principios de la geopolítica tradicional, la República
Dominicana ha abrazado la oportunidad de desprenderse de su vieja
visión insular y el aislamiento internacional y convertirse
en ver más hacia el exterior.
Al llegar al poder en el 1996, encontré
que la República Dominicana no solamente podría integrarse
más con sus vecinos regionales, sino también desempeñar
un papel de liderazgo en el área debido a sus credenciales
democráticas indiscutibles y a su potencial económico.
Firmamos un acuerdo de libre comercio
con los miembros de la Comunidad del Caribe (CARICOM) y con los
países de América Central, y propusimos una alianza
estratégica entre las dos sub-regiones para crear un mercado
de 60 millones de personas y de un cuerpo político unificado
en todos los foros del mundo.
Para destacar la importancia del
Caribe y de América Central en conjunto, permítanme
decirles que sostiene un volumen comercial de 60 mil millones de
dólares por año con los Estados Unidos, que es más
grande que el comercio de los EEUU, por ejemplo, con Francia, Alemania
o Brasil.
Para la República Dominicana,
la integración regional significa ampliar su mercado de exportación,
y por consiguiente, creando nuevas oportunidades de trabajo.
Pero también representa una
experiencia preliminar valiosa para tratar con los mercados internacionales
previo a una integración más amplia con mercados más
sofisticados en una escala global.
El proceso comercial de la liberalización
continuará en el Hemisferio Occidental con la iniciativa
del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que fue
lanzada originalmente en la Cumbre de Miami de 1994 y que plantea
una área de libre comercio para toda América Latina,
Estados Unidos y Canadá para el año 2005.
La República Dominicana tiene
que prepararse para encarar este nuevo esfuerzo con una actitud
mental abierta, reconociendo que ésta es una tendencia inevitable
que se ha puesto a funcionar desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, está ganando fuerza y se está dirigiendo
hacia la integración completa del mundo entero bajo la dirección
del OMC (Organización Mundial del Comercio).
Sin embargo, lo que las naciones
industrializadas deben tomar en cuenta cuando abordan estos asuntos
es que hay una brecha cada vez mayor con los países subdesarrollados
que necesitan ser tratados con urgencia.
Una forma para abordar esto es,
como los países europeos hicieron con las áreas menos
desarrolladas del continente en el proceso de crear la Unión
Europea, haciendo concesiones provisionales y aumentando la cooperación
y las inversiones en estas áreas marginadas.
No estoy sugiriendo que los países
industrializados lleven la carga de las insuficiencias y de las
deficiencias estructurales históricas de los países
subdesarrollados. Pero sí estoy propugnando porque tampoco
aumenten sus dificultades al no tomar en cuenta los puntos de partida
desiguales para una relación comercial entre estos dos diversos
niveles de desarrollo económico.
Al ignorar este hecho los países
desarrollados contribuirían a la destrucción de la
capacidad de producción de los países más pobres,
exigiendo las sombrías consecuencias del desempleo, malestar
social y la convulsión política.
En cambio, ayudando a levantar las
condiciones frágiles de las economías subdesarrolladas,
las naciones industrializadas están contribuyendo para crear
mercados más fuertes, de los cuales se benefician al aumentar
sus exportaciones.
Para muchos observadores de la escena
mundial, el final de la Guerra Fría y la aparición
de un nuevo orden mundial que acentúa negocio y mercados
sobre cualquier otra consideración, ha significado una pérdida
de interés de las potencias mundiales hacia las naciones
del Tercer Mundo.
Esta aparente carencia de interés,
que se expresa con una política de negligencia benigna, es
un resultado del hecho, según esta línea de razonamiento,
que ya no hay amenaza que viene de un mundo comunista derrumbado,
y por esa razón, no embarga ninguna preocupación o
interés en el mundo desarrollado.
Para apoyar este punto de vista,
la disminución de programas de ayuda, la revisión
de las cuotas o las limitaciones al acceso unilateral a los mercados
se señalan hacia fuera como algunas de las características
más notables de estas negligencias o carencia del interés
hacia las áreas pobres del mundo.
A pesar de que estos hechos son
indiscutibles, es justo decir que una nueva agenda, que incluye
temas económicos, sociales, políticos, ambientales,
tecnológicos y de seguridad está trayendo el mundo
a un vínculo más cercano.
Para aprovecharse de las oportunidades
que puede traer el nuevo orden mundial que emerge, un país
como la República Dominicana tiene que desarrollar una visión
estratégica, que significa hacer una evaluación de
sus recursos actuales y determinar dónde desea llegar a ser
más competitiva en el corto, mediano y largo plazo.
Durante muchos años de su
historia, la República Dominicana dependió básicamente
de la agricultura, y era un productor y un exportador importante
de azúcar, de café, de tabaco y de cacao.
Mientras que los precios de algunas
de estas materias comenzaron a caer en los mercados mundiales, el
país comenzó a girar durante los años 70 y
los años ochenta hacia una economía más orientada
a servicios, básicamente en las áreas del turismo
y de las zonas francas.
Gracias a estos nuevos y vigorosos
sectores económicos, así como a las remesas siempre
cada vez mayor de los dominicanos que viven en el exterior y el
crecimiento de los sectores financieros, del comercio y de las telecomunicaciones,
la República Dominicana ha prosperado durante la década
pasada como nunca antes.
Pero nuestro modelo económico
ha dependido, fundamentalmente, de un sistema de trabajo intensivo,
el del bajo salario que llegará a ser indudablemente obsoleto
en los años próximos, debido al hecho de que los centros
de producción del mundo están funcionando más
en un modelo de economía basada en el conocimiento.
Para la República Dominicana,
el desafío de la próxima década será
hacer una nueva rotación del paradigma del modelo de trabajo
intensivo, de salario bajo que ha prevalecido durante las dos décadas
pasadas, a una economía basada en el conocimiento con el
trabajo altamente capacitado, conectado con los mercados mundiales.
Esto no significa que desapruebo
lo que se ha hecho en el pasado o se está haciendo hoy. Lo
que yo estoy intentando hacer es establecer uno camino para el futuro,
más de acuerdo con las tendencias mundiales y, por consiguiente,
más propicio para el crecimiento y la prosperidad.
La tecnología de la información
es la columna vertebral de esta economía basada en el nuevo
conocimiento, y trae la oportunidad, por primera vez en la historia
humana, de permitirle a un país, tal como la República
Dominicana, de saltar etapas del desarrollo y saltar al mundo moderno.
Para educar los recursos humanos
necesarios para esta nueva época de la información,
durante mi administración introdujimos los laboratorios de
computadoras conectados con el Internet en las escuelas secundarias
públicas.
Construimos el Instituto Tecnológico
de las Américas con el propósito de entrenar la mano
de obra joven que será empleada en la nueva industria de
alta tecnología y creamos el Parque Cibernético de
Santo Domingo, diseñado para atraer inversiones en el mismo
campo.
La comunidad dominicana que vive
en los Estados Unidos puede jugar un papel significativo en el futuro
de todos estos proyectos.
Durante mis viajes anteriores a
los EE.UU., he conocido a muchos profesionales dominicanos jóvenes
entrenados en las áreas de la ingeniería de ´´software´´
y de ´´hardware´´, en la administración
de empresas, en la gerencia y mercadeo quienes han expresado un
fuerte deseo de aplicar su conocimiento a lo que ellos jocosamente
bautizaron como "el callejón del silicio de Santo Domingo."
Las instituciones como Seton Hall
y otras universidades en los EE.UU. también han estado haciendo
contribuciones importantes para la realización de este proyecto
con las oportunidades educativas que eran ofrecidas a los dominicanos
jóvenes, así como con los programas de intercambio
con las instituciones dominicanas de su clase.
Es mi firme creencia que solamente
con la educación, nosotros como nación, y estoy hablando
para los que viven en la isla así como para los que viven
aquí, podemos hacer los cambios necesarios para transformar
la República Dominicana en una sociedad moderna, llena de
esperanza, de oportunidad y de justicia social para todos.
En la esfera de las relaciones bilaterales
de EE.UU. - República Dominicana, hay también nuevas
agendas de post-Guerra Fría, con un conjunto de temas que
son de interés mutuo.
Los Estados Unidos y la República
Dominicana comparten las mismas metas e ideas relacionadas con la
protección de la libertad, los derechos humanos y la democracia.
Ambos creemos en un sistema político
justo de límites y de balances, en una judicatura fuerte
y en la libertad de prensa.
Deploramos y luchamos con la misma
determinación contra el tráfico de drogas, el lavado
de dinero y contra todas las formas de crimen transnacional.
Amamos profundamente la paz mundial,
y pensamos que la tolerancia y el comprender son las premisas bajo
las cuales podemos construir la posibilidad de vivir juntos en este
planeta.
Sabemos que la República
Dominicana no es una prioridad en la agenda de los asuntos internacionales
de los EE.UU., y nosotros no pensamos estar de otra manera.
La República Dominicana no
es una potencia militar. No es un poder económico de clase
mundial. No tiene los medios o los recursos para alterar los asuntos
del mundo. Y no está en una situación crítica.
La República Dominicana es
solamente un país pequeño. Pero un país pequeño
orgulloso de su historia, de su cultura y de su identidad.
Es un país de figuras intelectuales
altamente prestigiosas, de novelistas, poetas, escritores de cuentos,
de pintores y de músicos, y por supuesto, de jugadores de
béisbol.
Algunos dicen que nuestros jugadores
de béisbol son nuestras exportaciones principales a los EE.UU.
Quizá así sea. Pero es interesante observar que incluso
el béisbol necesita del intercambio internacional para su
desarrollo, que es otra manera de decir que estamos viviendo en
la era del béisbol globalizado.
Nadie puede vivir en el aislamiento.
Tampoco pueden los individuos ni las naciones. Por muchos años
la República Dominicana vivió en relativo aislamiento
del resto del mundo, que nos hizo casi desconocidos.
Comenzando un nuevo siglo y un nuevo
milenio, la República Dominicana encara al desafío
de reducir la pobreza, de crear oportunidades de trabajo y de modernizarse.
Al haber conducido la nación
por cuatro años, sé de su fuerte dinamismo, voluntad
y vitalidad, y por lo tanto, tengo una razón de sentirme
optimista sobre el resultado de sus luchas diarias, tensiones y
ansiedades.
Sólo espero que cuando alcanzemos
nuestras metas nacionales, podemos decir para la República
Dominicana lo que el obispo James Roosevelt Bailey, fundador de
Seton Hall, deseó que fuese esa institución: "un
hogar para la mente, el corazón y el espíritu."
¡Viva República Dominicana!
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