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Miguel Franjul Inauguración Sala Rafael Herrera ( 16 -
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Miguel Franjul, Director Listín Diario Después de Rosita, tres eran las grandes pasiones de Don Rafael: los tabacos, los libros y el periodismo. Las dos últimas pasiones las traía en la sangre, desde su mismo origen. Se las inoculó su padre, Fabio Florentino Herrera, propietario de la única librería en Baní a principios del siglo 20 así como de dos importantes periódicos que dejaron su huella en nuestro pueblo: Ecos del Valle y El Ciudadano. Desde estas empresas, don Fabio propició un clima de superación cultural que no podía pasar inadvertido ni a don Rafael ni al resto de sus hermanos, que cultivaron su amor por las letras y el magisterio. La librería de don Fabio era, a la vez, la biblioteca de Baní en aquellos tiempos. Y los jóvenes eran recibidos con mucho agrado cuando iban allí a buscar conocimientos para enriquecer su horizontes culturales. En algún momento de su infancia don Rafael se aburría en la escuela, aunque no dejaba de asistir ni un solo día a clases. Cuando terminó el sexto grado, decidió abandonar los estudios y se encerró a leer libros en la biblioteca de la casa. De ahí su formación autodidacta, una de las más sólidas de la República. Las tertulias que don Fabio organizaba en su librería, que era al mismo tiempo su casa, atrajeron de inmediato a muchos escritores y artistas, con los cuales de alguna manera se codeaba el joven Rafael. En su adolescencia, se afeitó la cabeza para obligarse a permanecer leyendo en la biblioteca y asi evitar la tentación de las fiestas y otras actividades mundanas. Tan profunda era su inmersión en la lectura que, cuando le tocaba estar al frente del negocio, ni siquiera atendía a los clientes, para no distraerse. El nació para ser un autodidacta y llevó esta cualidad a su máximo grado. De él dijo una vez el doctor Rubén Silié que "no era nada... y llegó a serlo todo". Sin ayuda de nadie, estudió inglés, francés, latín, historia, literatura, teatro, música, religión y economía, materia esta última que se constituyó en su favorita. Su pasión por la economía era tal que, en plena madurez y como director del LISTÍN, leía con especial interés los anuncios clasificados y los comerciales y a nosotros, los periodistas bajo su mando, nos invitaba también a hacerlo, porque entendía que detrás de esas ofertas se encontraban las claves de cómo marchaba la economía, de la misma manera en que los avisos de divorcios o matrimonios nos indicaban cómo se formaba o descomponía la familia dominicana. También prefería las novedades literarias. Era un lector muy actualizado. En sus editoriales sobre la Feria del Libro o la Navidad, aconsejaba: Regalen un litro, pero también un libro. Y la consigna caló y se puso de moda. Era un voráz lector de todo cuanto caía en sus manos. En la época de los teletipos, iba personalmente a la sala donde se encontraban estas máquinas y salía de ella arrastrando una larga cola de papel con las noticias. Leía, de forma rápida, las notas de los reporteros, los artículos de los colaboradores o las páginas del periódico, y daba la impresión que, en verdad, no había leído nada. Pero ciertamente esa era una técnica que dominaba admirablemente. Prefería las revistas, las que iba a comprar a "Recuerdos Dominicanos" en la época en que trabajaba en El Caribe, muy cerca de donde Macalé, en la Zona Colonial, con la peculiaridad de que muchas de esas publicaciones llegaban censuradas por la dictadura de Trujillo. También era cliente fijo de la Librería Dominicana, que quedaba muy cerca del Listín cuando este operaba en la 19 de Marzo, así como del Instituto del Libro, en la Nouel. Para don Rafael, el estar en una librería era el momento cumbre de la felicidad. Como si estuviese en un templo, tocaba los libros, los olía, los miraba colocados en fila, leía sus lomos y los ojeaba con elegancia singular. Durante sus años de residencia en Puerto Rico, cada vez que venía al país traía un baúl cargado de libros. Era un usuario muy peculiar. No escribía sobre ello, ni los marcaba, ni doblaba sus páginas. Los veneraba y los tenía distribuídos por distintos lugares de la casa, desde la sala hasta el cuarto. Sobre su mesa de noche siempre tenía cuatro o cinco libros que leía a la vez. Muchas veces lo sorprendí ojeando la Bibia, en su despacho del LISTÍN. El recurría frecuentemente a las citas bíblicas para matizar algunos editoriales. Le apasionaba el Evangelio de San Mateo. Cuando llegaba a su casa desde el LISTÍN, ya de madrugada, paseaba su perro por el jardín y después se acostaba a leer, casi siempre hasta el filo de la aurora del nuevo día. No prestaba libros, pero sí los regalaba, cuando los tenía repetidos. De el recibí, en regalo, los libros que me enseñaron a diagramar páginas. Llegó a tener una biblioteca de cerca de 10 mil libros, aunque muchos de ellos, con el paso del tiempo, se fueron deteriorando o se perdieron. En los últimos años de su vida, doña Rosa contrató a una persona para que ordenara y clasificara su biblioteca. Y a partir de ese momento comenzó a pasar trabajo para encontrarlos, porque no se habituaba al ordenamiento. Doña Rosa se consagró a él, a sus gustos, a vivir entre el polvo de los libros, los tabacos y los insomnios. Le gustaba tenerlos regados, al igual que sus papeles sobre el escritorio en el Listín. Al momento de morir, fueron fichados en ella cerca de seis mil ejemplares que son los que actualmente se encuentran en esta sala especial de la PUCMM, al servicio de los estudiantes e interesados. La Universidad Católica Madre y Maestra, de cuyo Consejo de Directores formó parte, ha tenido siempre en alta estima a este ilustre ciudadano. No solo ha publicado sus libros, sino que lo ha reconocido con un grado honoris causa y ha consagrado su memoria con esta biblioteca y con esta sala especial, demostrando el gran cariño que siempre le dispensara. Ese mismo que le tiene la sociedad dominicana, y especialmente todos los que han formado parte de la familia del LISTÍN DIARIO, tanto de sus hombres del pasado como los del presente, que tienen en don Rafael a su más valioso paradigma, a un maestro inmortal del periodismo y a un verdadero defensor del pluralismo de las comunicaciones humanas. El LISTÍN reconoce y admira este gesto de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, que más que un gesto es un indiscutible paso para perpetuar la memoria de Don Rafael, con los elementos que constituyeron sus grandes pasiones: los libros, a través de los cuales alimentó su recio intelecto y que ahora quedan como fuentes para el conocimiento de sus estudiantes, y sus objetos personales de oficina, que nos hacen sentirlo y verlo como en sus mejores días y que testimonian su viva presencia en nuestros corazones. Muchas gracias Miguel Franjul, Director Listín Diario |