Editoriales | Culturales / Históricas | Paz, libertad y amor (24 - 4 - 68)

Cuando estalló la revolución del 24 de abril de 1965 había cuatro o cinco conspiraciones militares en marcha, algunas coordinadas, pero con objetivos finales diferentes.

Pero lo cierto que fue la mayoría popular lo que dio al estallido de la insurrección militar el sentido de una revolución para reestablecer el poder constitucional abolido en 1963.

Este periódico siempre sostuvo que así como los militares no tenían ningún derecho a derrocar el orden legítimo el 25 de septiembre de 1963, tampoco tenían ningún derecho a deshacer el daño, porque lo iban a agravar. Y que eso solo equivalía a mantener la trágica tradición de la violencia en el país.

Y como todas las guerras civiles de nuestra historia, resultaría en mengua y aplastamiento de nuestra soberanía.

Pocos dominicanos hay que no perdieran en esa guerra civil un familiar, compañero o un amigo entrañable.

Inclinémonos ante el recuerdo de los héroes valerosos y de las víctimas y hagamos votos firmes por la reconciliación dominicana, para forjar en empeño común la fortaleza y prosperidad de la patria.

En nuestro país, al igual que en muchos otros países, existe hoy una mitología o superstición de la violencia.

Pasado el momento en que se trataba de justificar la violencia como vía de restablecimiento de la legitimidad, ahora se quiere crear el culto de la violencia por la violencia misma, como remedio único a los quebrantos sociales.

Inclusive obispos y sacerdotes de nuestra América han llegado a sostener una "teología" de la violencia.

Eso se concibe en ciertas autoridades y miembros de la Iglesia que encontrándose frente a frente con la miseria humana, acuden al exorcismo para conjurarle o tratan de restablecer viejas fórmulas inquisitoriales, tratando de llamarlas revolución.

Ciertas cosas mientras más cambian más suelen ser lo mismo.

Pero los laicos pecadores, si queremos salvarnos no nos queda más recurso que tratar de ser cristianos en el viejo sentido evangélico.

Famosos naciones, de vieja cultura, que han pasado por las tempestades revolucionarias, están tratando de volver hoy a la conquista de elementales libertades: el derecho de hablar su pensamiento, el derecho de reunirse, el derecho de criticar al gobierno.

En este día de hoy, que los muertos queridos y la sangre fraterna derramada por hermanos, hace solemne, queremos recordar a todos los dominicanos el deber sagrado de vivir en paz.

Esa es a nuestro juicio la fórmula renovadora de nuestro tiempo, vivir en paz y libertad.

Dios, dé a los dominicanos paz, libertad y amor.



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