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Encíclica I ( 2 - 8 - 68 )
Es sin duda, un espectáculo grandioso, de moral, de espiritual,
de humana grandeza, el dado por Su Santidad el Papa Paulo VI, con
su tempestuosa encíclica acerca de la Vida Humana.
Es siempre apasionante el ejemplo de un hombre
que desafía las convicciones vigentes de la sociedad en que
actúa.
Los santos, los mártires, los precursores
casi siempre lo han sido porque desafiaron la opinión pública
vigente en el momento de su actuación disentidora.
En muchas ocasiones esos santos, mártires,
y precursores abrieron, sencillamente, el camino del porvenir. En
otras esas figuras se opusieron a las corrientes del tiempo, que
fueron o parecieron la ola del futuro. Pero cualquiera que fuera
la circunstancia, tales hombres pertenecieron casi siempre a lo
mejor de la especie humana.
Ciertamente también que grandes malvados,
truhanes y pecadores han desafiado la moralidad vigente en su época.
También ha habido periodistas que han desafiado
a la opinión pública, de que se supone ellos son guías,
portavoces o servidores.
En este caso han sido llamados "enemigos del
pueblo" casi siempre por gentes cuyo negocio es "el pueblo".
Rendimos, pues, tributo de admiración, devoción
y respeto al Padre espiritual de los católicos, en cuya severa
casa tantos de sus hijos no cabemos, si la sinceridad de acatamiento
es requisito de residencia.
Decía el pastor Bonhoeffer que el mundo
de hoy no necesita a Dios como ninguno de sus supuestos, ni para
la moralidad, ni para la política, ni para la explicación
científica.
Dios ha dejado de ser la "hipótesis
de trabajo" para explicar o regir el mundo.
De modo que el cristiano, tiene que vivir cristianamente
fuera del mundo, contra el mundo.
No puede aspirar a sacralizar el mundo, pues el
mundo no necesita ningún supuesto religioso.
En este sentido, la reciente encíclica papal
podría ser un testimonio bonhofferiano.
Un desafío al mundo actual, a sus requerimientos,
sus aspiraciones, sus problemas.
Pero ocurre que la Iglesia Católica quiere
transformar el mundo, quiere hacer sagrado el mundo, quiere que
la conducta de los hombres esté regida por Dios.
Más que nunca, después del Concilio
Vaticano Segundo, ha cobrado vigencia el concepto de Pueblo de Dios,
de la comunidad de los fieles mutuamente solidarios y responsables
bajo la ley del amor.
Esa comunidad de los fieles inevitablemente tiene
fuertes implicaciones sociológicas e históricas.
Existe una opinión pública del pueblo
de Dios, de la comunidad de los cristianos como tales
Existe una opinión pública de los
sacerdotes y fieles.
Existe una opinión pública de los
teólogos, y más que una opinión pública,
un sistema de elaboraciones técnicas que luego pasa a ser
opinión pública de la comunidad cristiana.
O el Papa habla como santo, dando testimonio de
cristiano pese al mundo.
O habla corno líder -concepto sociológico-
del pueblo de Dios.
Si esto último, entonces tiene que ser el
pregonero persuasivo de verdades, o actitudes, que el pueblo de
Dios reconozca como suyas, como evidentes a su conciencia y como
obligatorias, con asentimiento interno, para cada uno de los miembros
de la comunidad de los fieles, de la Iglesia.
Ese es el dilema que plantea la gran encíclica.
Sobre ese dilema escribiremos mañana.
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