Llueve. Llueve torrencialmente. Cuarentidós horas de lluvia
inacabable que de rato en rato desmelenan súbitos aguaceros
furibundos. Llueve...avenidas inundadas. Calles sumergidas bajo
el agua. Residencias aisladas. Llueve sin parar. Llueve...Llueve...
Llueve...
Estoy
releyendo Los Ángeles de Hueso. Pongo mi mano sobre la mano
del hermano de Juan para irme flotando en su pensamiento hacia el
poético y trágico mundo de sus delirios. ¡Admirable
imaginación! Identificarse con un loco hasta el extremo de
volatilizarse, de ser el loco mismo, como si este surgiera por generación
espontánea. No chilles tanto madrina. Estoy aquí
en mi cuarto. Viene a comunicarme algo increíble.
Por eso chilla. Nos inundamos, Miguel. El agua de la
calle ya alcanza el borde de la acera. Se la comen los nervios.
Deja ese libro, simplón. Como no puede pegarme,
me insulta. Cálmese, madrina, y no me cambie el nombre.
Es que solamente un simple de espíritu puede sentarse a leer
sin importarle lo que sucede a su alrededor. Deja ese maldito libro
y ven a ver el desbordamiento que nos amenaza. Sigo a madrina
hasta la galería. La calle es un río tumultuoso. Corre
en precipitada chorrera metiéndose violentamente de cabeza
en los filtrantes de la esquinas. Bueno- digo disfrutando
del espectáculo-, mientras los tragantes engullan las
aguas sin eructar y les den paso limpio hacia el mar no hay que
preocuparse demasiado. Cójalo con calma, madrina. Los inundados,
en todo caso, serían los de allá abajo. Me mata
con la mirada. Cuando lleguen tus padres mañana no podrán
ni acercarse a la casa. De aquí a mañana se escurrirá
la calle .
Simplón.
Descargó
en la palabrita toda su inconformidad. Y a mí qué...
A los dieciséis años me importaba más el loco
genial, hermano de aquel Juan que traicionaron los pinos y
el viento.
Ahora
en el aeropuerto también llueve. Espero a mis padres que
regresan de un lago recorrido por Europa. Viajan mucho. Para eso
trabajan. Yo prefiero desplazarme menos a fin de auscultar mejor
el corazón enfermo de mi país. Se siente olor a sala
de emergencia. No se acaba nunca, porque nuestra forma de caminar
no nos permite alcanzar la meta ideal. Un paso hacia delante, dos
hacia atrás, y de nuevo otro, jadeante, hacia delante.
Aquél
se parece a, a...El mismo. El sobrino de Juan, hijo de la que decía
ser esposa del hermano de Juan. Viene a meterse en la boca del león.
Como lo conocen le pusieron impedimento de entrada sabiendo que
no resistiría mucho tiempo el alejamiento de la patria. El
liderato local para algunos atrae igual que un imán. Ahí
está... Y ahora? De patitas en otro avión o a la cárcel.
Con las ganas que le tienen desde los bombazos..... Yo no creo que
sea anarquista, terrorista y todos los istas comprometedores que
le enrostran las autoridades. ¡Ah, por fin! El jet con la
preciosa carga de mis padres se perfila en las alturas. Crece. Se
agiganta, se prepara a aterrizar majestuosamente en la pista cuya
superficie mojada hace guiños al sol asomado entre las nubes.
Al simplón que soy le traerán una edición
de lujo de La Más Bella Historia del Mundo o de alguna otra
obra edificante que, a su juicio, fortalezca mis defensas espirituales
contra las malas influencias (amigos de mente desquiciada).
¡ah sí muy bien! Pero yo actúo de acuerdo con
mi propio pensamiento. Por eso el hermano de Juan y yo nos entendíamos,
muy calladito, sin que nadie se enterara, pero nos enteramos y nadie
podrá evitar los pasos torcidos que pienso dar.
|