Estaba sumergida en un silencio como en un baño de frescura
sin limites. Un silencio viviente, de pensamiento fecundo que
se escucha asi mismo cuando los demas se han marchado al fondo
del primer sueño. Era para Josefina la hora en que le gustaba
descubrirse en su relación con el Universo, sin interferencias
de ninguna clase. La hora en que se reintegraba.
Ya
se había escurrido el susurro del joven matrimonio vecino
y el jadeante e invariable quejido de la mujer. apenas un momento
antes habia rechinado la puerta del comisionista que regresaba
de sus correrías nocturnas. sobre el cuerpo de Josefina
aleteaba el silencio mas refrescante ahora despues del llanto
asustado del recien nacido en la planta baja. Casi sonreía
de felicidad cunado su fino oido percibió el moviemiento
de la puerta de su habitación. Alguien se deslizaba sigilosamente
en la oscuridad. La rabia le golpeó las venas y tuvo que
hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrir los ojos y de un salto
abofetear aquel rostro, cuyo aliento ya sentía junto a
su cama.
-¿Duermes, Josefina?
Como
no contestó, una mano cálida la sacudió por
las rodillas. Entonces gruñó:
—Vete
a dormir y déjame tranquila.
Pero
la mano se alargó en una caricia. Josefina se indignó.
—¿Te
has quedado a dormir para eso? Se van a dar cuenta, ¡vete!
La
otra se tendió en la cama con medio cuerpo sobre Josefina,
cuyos músculos se contrajeron defensivamente.
—¡Déjame!
Te digo, Lucía, que me dejes.
Lucía
rió en sordina.
—Eres
cobarde, pero estás loca por abandonarte a las caricias de
mis manos.
—Baja
la voz, te van a oír... No es verdad, ¡lárgate!
Josefina
se revolvió en la cama. Todo aquello era nauseabundo. Al
sentir los labios carnosos sobre su vientre tuvo un acceso de ira.
Con los dedos furiosos tirando de los cabellos de Lucía para
desprendérsela de encima, dijo amenazante:
—Si
no te largas ahora mismo, grito. ¿Me oyes? Voy a gritar con
todas mis fuerzas.
—No
lo harás... Tú le temes demasiado al ridículo
para armar un escándalo —se burló la otra—.
Tamaña cara pondrían tus hermanos si te vieran en
cueros...
Volvió
a reír echándole a la cara su aliento de tabaco. Tenía
formas hombrunas, casi corpulentas. Comprendiendo que en semejante
forcejeo llevaba las de perder, Josefina se inmovilizó de
repente, un nudo en cada fibra. La mujer se sintió aliviada
y comenzó a acariciarla ávidamente, a restregarse,
a besarla. De pronto, se detuvo:
—¿Qué
te pasa? ¿Estás muerta?... Tonta, no sabes lo que
te pierdes... O es que... Habla ¡Hay un hombre en todo esto!
¡Idiota!
En
el apartamento de enfrente hicieron luz. El hueco de la ventana
se recortó luminoso sobre la pared detrás de la cama.
Lucía murmuró ásperamente:
—Mira
lo que has hecho. La vieja María nos ha oído... Esa
maldita nunca duerme.
Luego,
dulcificando la voz, agregó:
—¿De
verdad no quieres que duerma contigo? Un hombre no es mejor, Josefina,
créeme.
En
el cuadro de luz de la pared apareció la sombra de una cabeza.
Llena de susto, la joven replicó desfalleciente:
—Oh,
por favor...
—Sí,
tonta, me marcho. Yo tampoco quiero escándalo, pero no tardarás
en llamarme, estoy segura que me llamarás porque no podrás
conciliar el sueño después que mis manos te han tocado.
Esperaré... Ven tú a mi cuarto, allí no podrá
oírnos la escofieta ésa.
Masculló
unas cuantas groserías más antes de escurrirse malhumorada
fuera de la habitación. Casi al mismo tiempo la vecina apagó
la luz y fue de nuevo el silencio. Pasaron unos minutos. Un gato
maulló cerca, repercutiendo su reclamo en la inmovilidad
de Josefina. Entonces se dio cuenta de que los latidos del corazón
martillaban todo su cuerpo. Se viró boca abajo. Como le resultó
insoportable el contacto tibio de la cama, decidió levantarse.
Después de correr el pestillo de la puerta que daba a la
habitación contigua, se dirigió temblorosa al cuarto
de baño. Abrió la ducha en la oscuridad. El agua fría
le arrancó un gemido, pero a medida que le penetraba en la
sangre le fue calmando poco a poco el temblor. Chorreante, se acercó
al botiquín y encendió la luz. Al cabo de unos segundos
de contemplación, sonrió jubilosamente a la turgente
juventud de su pecho reflejado en el espejo mientras decía:
-Te
los guardaré puros, Amor, aunque sólo nos encontremos
en un mundo mejor.
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