PREOCUPACION DE LA MUERTE
Besare las piedras candidas y frías
que asedian sin cansancio
de tus ríos el agua azafranada,
bendeciré las sombras livianas y moradas de tus árboles tranquilos,
amare el viento amable de tus oscuros valles,
¡oh muerte!
cuyo principio no hallo,
cuya frontera no encuentro,
cuyo arranqué siento y no conozco.
Ciego entre despavorida muchedumbre,
grano de polvo en el polvo del tiempo,
gota de sangre en la sangre incansable y ardida,
corro tras tu voz y tu secreto,
desde esta angustia florecida de preguntas,
desde esta ansia cargada de preocupaciones viejas
que me atan a lo que fuimos ayer todos lo hombres,
a lo que somos hoy,
a lo que, mañana,
hueso y carne y sangre y derrotados instintos agrupados
seremos cada uno:
el capitán en el timón,
tu con la cabeza entre las manos.
Quiero saber en donde yo me acabo,
en que preciso punto lo que es mi sombra se levanta:
pregunto cuando termina la simiente
y se inicia el árbol que perpetuara la especie;
en cual sitio fuera de ti estas
cuando presiento que sonríes y recuerdas,
mientras la vida desplomada
Exige acción corporal,
que se entiendan tus manos con mis manos,
que tu frente de a mi frente sus luminosos misterios,
que encuentres detrás de las corteses ceremonias a que estamos obligados
niños que lloran y que juegan,
niños que por el piso persiguen a la hormiga,
hermanos del muñeco y del asombro que no concluye nunca.
Te busco
sin brújula, bajo negras nubes, ciego y sordo
entre la sangre que corre todavía
ya espesa y torpe;
en la hierba que herida se le va el color,
en la fruta podrida,
en los vientos olvidados que se esconden en los patios,
bajo los arcos de las grandes casas que el hombre abandono,
en el moho,
en los hongos,
junto a mis ojos por el camino de la arruga;
cerca de mi boca,
por la senda en que la palabra lleva siempre un poco de niebla
y la semilla terrible del olvido |