La
Masacre de Prestol, Diogenes Céspedes.
¿Se atreverían los profesores de historia y de sociología
de las universidades del país a recomendar a sus alumnos “El
Masacre se Pasa a Pie” como libro de texto, seguros de que
todo cuando se dice en él es la descripción de un
hecho real, histórico? Lo dudo mucho. Cuanto más
se haría es recomendar ese texto como obra de información,
para que los estudiantes se hagan una idea. Y por el contrario, ¿osaría
un profesor de literatura recomendar a sus estudiantes la lectura
de ese libro encasillado por el autor, dentro de los géneros
literarios, como una novela? Lo más probable es que si el
profesor es una persona precavida no lo haga y se limite a considerar “El
Masacre se Pasa a Pie” como una situación intermedia
entre la historia y literatura, tal como hacen los críticos
de cine con cierto volumen fílmico al que endilgan la denominación
de “documental”. El documental se queda a medio camino
al igual que el volumen de informaciones contenidas en “El
Masacre se Pasa a Pie”.
A medio camino porque no es su propósito constituirse en
texto histórico (el cual instaura la no persona y el tiempo
pasado o aoristo y rechaza el yo como discurso científico),
ni tampoco se constituye en una obra de ficción (porque
su proceso de significación se basa en informaciones tomadas
de la realidad social, sin sufrir ningún tipo de transformación,
revelación de una carencia de la teoría de la escritura).
Libro
de vida que radiografía un hecho histórico
real y lo instaura como núcleo temático de una
autobiografía
en contraposición a la exigencia de una transformación
de un lenguaje, síntoma de un cruzamiento, pretexto a
un pre-texto para articular una ficción. ¿Por qué el
autor, con todos los datos del hecho histórico narrado,
no tomo esa documentación y escribió una monografía,
un libro, un ensayo, y prefirió por el contrario transitar
por esa “tierra de nadie” en que historia y literatura
se amalgaman? Sin embargo, nos parece que él, al igual
que otros tantos, cayó en esa trampa de la tradición
que consiste en meter dentro de la literatura todo el que por
definición
entra en otros códigos semióticos (historia, geografía,
sociología, historia literaria, moral, política,
economía, etc.) Vida del libro seria la exigencia “exigible” al
autor al escribir su texto, que las informaciones de la realidad
exterior integradas en “El Masacre se Pasa a Pie” fueran
transformadas, relanzadas en un espacio destructivo-constructivo
de ese lenguaje que vehiculiza el texto prestoliano.
Semejante
texto es lineal, desde el comienzo hasta el final, con una
decidida vocación de mostrar una posición política
logocéntrica, profesión de fe de un “anti”,
mea culpa estructurado en dos tiempos. Un tiempo pasado en que
el texto durmió y otro tiempo (presente de la escritura)
en que el narrador corrige, interpola.
II
El
problema de la verdad del texto no se plantea en el cado de la
ficción, de la escritura, que es un espaciamiento y diseminación
(Mallarme/Derrida), pero en el caso de un texto como el de Prestol,
en esa tierra de nadie, más abocado el reportaje histórico,
al documento en el cual se insertan personajes de la historia,
esa valoración se plantea a medias.
Trujillo,
Piro Estrella, son introducidos en la ficción
lateralmente, oblicuamente, de paso, pintados en la decoración,
no desligados de la escena (Barthes). Y tiene que ser así por
que ellos tomaran su importancia real, el discurso estaría
obligado a dotarlos de una contingencia que, paradójicamente
los desrealizaría (Barthes).
Porque
la dificultad de asentar un personaje histórico estriba
en hacerlo hablar, pues como los impostores, quedarían
desenmascarados. Por eso entran en la ficción oblicuamente,
generalmente ejecutando una acción que cae dentro de la
descripción
narrativa (lo no verbal), presentes en la escena para condonar
o dar a lo “novelesco el lustre de la realidad, no de la
gloria: esos son efectos superlativos de lo real”.
¿
Por qué a la hora de examinar la estructura de los personajes
no podemos decir que el doctor Fradíquez es Pedro Henríquez
Ureña? Sencillamente porque el texto no lo dice expresamente,
aunque toda la lección de historia literaria haga encasillar
a ese personaje dentro del efecto de la realidad exterior, como
una persona que existió. Esas son las contingencias, los
procedimientos de la mala escritura, de la confusión entre
la ficción y la realidad, entre la biografía o el
ensayo sociológico y la literatura.
“
El masacre se Pasa a Pie” es una masacre de leer, dura de
digerir como ficción y mas fácil de digerir
como ensayo histórico-social con fuerte tendencia
antropológica,
sociológica, en el cual solo hace falta sustituir
los nombres ficticios y los seudónimos por los de
la vida real (por ejemplo el doctor Fradiquez por Pedro
Henríquez Ureña).
En
cuanto al texto, en la parte que corresponde cargar la responsabilidad
al narrador
(no decimos los personajes
porque
estos son rabiosamente
antihaitianos), su posición con respecto a los sucesos
es dudosa. Si los personajes, por insignificante que sean
son antihaitianos,
el narrador sustenta una posición únicamente
antitrujillista y esa es su preocupación: justificar
esa conducta. Pero no se confunda narrador con autor,
que son cosas muy distintas.
El
narrador justifica o encuentra que esa matanza de haitianos
es algo hasta natural, desde el punto de vista
histórico,
algo así como “el que la hace, la paga”,
Y los personajes están orientados en esta
dirección (Ver
p.78, discurso del sargento, que en el fondo es una
tesis de Cancillería).
Igualmente en la p.83 al evocar la frase del jerarca
haitiano. Las tales visiones del narrador (ver capitulo
28) corresponden
a eso que Freud llama “la realización
de un deseo”,
en La Interpretación de los Sueños.
Así podríamos
seguir señalando discursos en que el narrador
es hasta racista. “Un
día, una orden del Departamento de Educación,
caprichosa, como todas las ordenes de los jerarcas
de ese Departamento, Dictadas
a veces por pasión, la puso (a Ángela
Vargas) en la frontera lejana, a enseñar a
negros de Haití,
la nueva gleba que al favor de la penetración
de nuestras tierras, debíamos considerar como “dominicanos”,
por haber nacido en nuestro suelo”. (Cap. 11,
p.65). Ya, al enunciar la palabra gleba, y dominicanos
entre comillas, con
la connotación a que todo eso reenvía,
el narrador se hace pasible de la acusación
de racismo y condona, por históricamente natural,
la masacre, el “Corte” que
el va a narrar. Todo ese discurso es una anticipación,
una ilusión realista, tal Balzac con sus personajes,
que no bien arrancaba en la primera pagina su descripción
sicológica,
ya estaban de antemano condenados a cometer los más
abominables crímenes.
Tomado
de:
Céspedes,
Diógenes. Escritos críticos /
Diógenes Céspedes. --
Santo Domingo : Cultural Dominicana, 1975. 302 p. |