Libro
de Vida / Vida del Libro, Diógenes Céspedes
El
titulo de este escrito lo tomamos de Jean Ricardou (Pour une théorie du nouveau roman, p.200) porque hay todavía
en nuestro medio un mito nutricio muy utilizado para explicar la “obra
literaria” o el producto textual del autor por medio de los
rasgos autobiográficos de éste. La alimentación
de este mito es lo que ha hecho posible que en nuestro medio no exista
una clara separación entre literatura e historia y que la
caterva de escritores, poetas, novelistas, cuentistas y otra cosa
se hayan sentido en la obligación de meter dentro del saco
de la literatura todo lo que por irresponsabilidad no cabe en otro
lugar.
Es
decir que los escritores latinoamericanos (y con ellos los de aquí)
han creído ver en la literatura el desván
en donde pueden ir todos los bártulos y enseres que estorban
en los demás salones y recamaras de la casa. Con esto han
hecho que las informaciones que toman cuerpo en la realidad pasen
tal cual a formar parte del libro de la vida, sirviendo de desahogos
sicológicos, románticos, sentimentaloides. Granero
en donde creen tirar los resabios y protestas por la baja producción
agrícola, por el injusto sistema económico-político-social,
por el alto costo de la vida, por los asesinatos bestiales, sin
tener en mente que la inserción de esas informaciones, si
se tiene una sólida teoría de lo que es la escritura
pensada como lenguaje y filosofía, debe pasar oblicuamente
a través
del libro y que el tratamiento que debe sufrir en las paginas vírgenes
es el de una construcción-destrucción, un cuestionamiento
perpetuo. Que en cada tentativa de asentamiento del lenguaje debe
haber una destrucción y subversión continuas. Trabajo
a nivel del significante y a partir de ahí reempleo consciente
de las otras estructuras de la lengua en el mismo sentido destructivo-constructivo.
A
quienes por ignorancia continúan por esta senda, creyéndose
las “vacas sagradas” y los endiosados del “parnaso
retórico” de que habla alguien, solo hay que recordarles
que cuando quieran protestar por todas esa razones que expusimos
en el caso del granero, que se escriban, por favor, monografías,
artículos de fondo, ensayos basados en rigurosos datos
estadísticos
y así la ciudadanía y los investigadores científicos
se los agradecerán. Agradecimiento que tendrá su
base en el hecho de una aportación científica que
ayuda a resolver un problema económico, político
o social. Pero que no se tome la literatura, la escritura mas
bien, como un
saco de desahogo en la cual, irresponsablemente, se escudan los
escribanos nuestros para cometer tropelías que por no
estar encasilladas ni en la dicción ni en la realidad
nadie las puede tomar en cuenta, tornándose los escritorzuelos
no pasibles de la sanción
correspondiente.
Es
muy bueno transitar por esa tierra de nadie y hacer un reportaje
de hechos que toman su fuente en las informaciones
de la realidad
exterior (real) y cambiar los nombres de los personajes históricos
por entidades ficticias. He ahí la impostura de nuestros
escribanos y en ella ha vivido desde Colon a nuestros días,
guiados por preceptivas retóricas y por el instinto
de la intriga y de la articulación de una historia,
de una aventura libresca en la cual no se puede dejar caer
el “desenlace” a
riesgo de perder al lector, desinteresado porque la ficción
no instauró una
profundidad capaz de hacer llorar.
Pongámonos
de acuerdo de una vez por todas y quienes no tengas compromisos
de amistad,
de familia o de otra índole deben
emprender la gran tarea de reubicación crítica
de nuestra literatura, de reinterpretación, de demistificación:
Aquí no hay escritores sino escribanos. En vez de
hablar de nuestra vida en el libro, hablemos de la vida del
libro.
Tomado
de:
Céspedes,
Diógenes. Escritos críticos / Diógenes
Céspedes. --
Santo Domingo : Cultural Dominicana, 1975. 302 p.
|