Pongo
pie en mi tierra en circunstancias difíciles para los dominicanos.
Encuentro al llegar, y lo sabía por noticias que tenía
en mi ruta, un estado de agitación que no parece sino porvenir,
como la fruta terrible de una situación prolongada, del
miedo que ha estado padeciendo nuestro país, nuestro pueblo,
y del odio que se ha sembrado en su corazón. durante toda
una generación, se ha estado sistemáticamente inoculando
el odio en el alma dominicana.
El
odio responde hoy con furor popular. No podía ser de otra
manera. Tenia que ser así. Debió haber aparecido
a tiempo una mano que colocara sobre las heridas del pueblo el
bálsamo del amor, el bálsamo de la connivencia,
el bálsamo de la democracia, el bálsamo de las libertades
populares.
Sobre
tantas tumbas desconocidas, sobre tantos cuerpos, sobre tantos
sufrimientos, en los bohíos, en las casas y en los edificios;
sobre tanto exilio atormentado, sobre tanto insulto permanente
¿ que podía esperarse, sino que el pueblo reaccionara
como lo está haciendo ahora?
No
hay corazón infatigable para sufrir, no hay pueblo infatigable
para padecer agresiones; llega una hora en que no se puede sufrir
más y en que no se puede humillar más. Estamos a
tiempo todavía, y lo digo para el pueblo dominicano, y
lo digo para los gobernantes dominicanos de emprender una cruzada
de corazón limpio y brazo fuerte para matar el miedo en
este país, para que termine el miedo en este país,
para que termine el miedo del pueblo al gobierno y a los soldados,
para que termine el miedo de los soldados y del gobierno al pueblo,
para que termine el miedo de los opresores a la libertad, y para
que termine el miedo de los luchadores de la libertad a sus opresores.
Nosotros
somos una tierra pequeña, que solo podemos engrandecernos
por el amor, por la virtud, por la cultura, por la bondad. Nuestro
pueblo tiene básicamente amor, bondad, virtud y una gran
capacidad para adquirir la cultura. Nosotros estamos en América
que ha tomado ya resueltamente el rumbo de las democracias con
libertades públicas y justicia social. Nuestro pueblo,
nuestro país nuestro gobierno, no pueden sustraerse a ese
rumbo del destino americano; todo esfuerzo que se haga, voluntario
o involuntario, para detener a la República Dominicana
en la marcha hacia el destino común de América,
será un esfuerzo inútil, un esfuerzo que no producirá
sino nueva vez sangre, exilio, torturas, prisiones, tumbas ignoradas,
corazones de madres adoloridos, hijos huérfanos que no
saben donde están enterrados sus padres. Yo pido al pueblo
dominicano, a la juventud dominicana, a los hombres y a las mujeres
maduros de este país, a los funcionarios públicos,
a los que llevan uniformes y a los que no lo llevan, a todos,
que pensemos en nuestro pueblo, un pueblo sufrido durante mas
de cuatrocientos años; un pueblo cuyo sufrimiento últimamente
se exaltó a términos increíbles, inexpresables.
Pido a todos que meditemos un momento en que esta tierra es de
los dominicanos, no de un grupo de dominicanos, que su riqueza
es para los dominicanos , no para un grupo de dominicanos, que
su destino es el de la libertad, no el de la esclavitud, que su
función es unirse a América en un camino abierto
y franco hacia el disfrute de todo lo que significa para los pueblos
la libertad pública y la justicia social. Yo pido por fin,
por último, a mi pueblo y a los funcionarios gubernamentales
y a los funcionarios militares de todas las categorías,
que como consecuencia de esta meditación nos dispongamos
todos a matar el miedo, que seamos nosotros mismos el San Jorge
de ese dragón que nos esta oprimiendo hace mas de treinta
años; que nos ha convertido en la vergüenza y en la
ignominia del continente. Durante mucho tiempo ser dominicano
fuera de Santo Domingo era casi infamante, y nosotros teníamos
que mantener en el exilio la frente alta cuando nos miraban despreciativamente
o con la piedad con que se mira al que sufre sin haber cometido
delito.
Dominicanos
de todas las razas, de todas la clases sociales, de todas las
categorías oficiales o no, hagamos un alto. Yo he venido
aquí para pedirles esto y para servir en esto. Yo estoy
dispuesto a hacer en cuanto deba hacer, a arrodillarme ante quien
deba arrodillarme, para que podamos sacar de mi humillación,
si es necesaria, y de la disposición de ustedes, que es
imprescindible, una formula de convivencia democrática.
Parodiando
a Martí, a José Martí padre de América
y gloria de Cuba, quiero decir aquí que los dominicanos
no podemos vivir como la hiena en la jaula, dándole vueltas
al odio.
He
dicho.