Discurso
de gracias en el homenaje de la UCMM con ocasión
de su cardenalato
15 de noviembre de 1976.
Señoras
Señores
No soy yo muy amigo de discursos solemnes.
Y aquí todo es hoy solemne: fecha, reciento, personas
y discursos.
No voy, sin embargo a traicionar mi modo de ser ni mi modo de actuar.
Ha sido lema de mi vida. Y su cumplimiento me ha proporcionado
inmensas satisfacciones y ningún sinsabor.
Cinco palabras resumen cuanto voy a decir: Gozo, Responsabilidad,
Compromiso, Hidalguía y Reconocimiento.
Gozo. Inmenso gozo de estar aquí en el corazón del
saber en medio de una juventud ansiosa de capacitarse eficazmente
para construir con ilusión y sin fatiga una patria cada
día mejor, es decir una patria más justa, más
digna, más soberana, más fraternal, más respetuosa
y respetada. Ustedes –institución y personas- deben
ser esperanza cierta, refugio de fortaleza y estimulo continuo
de tanto trabajo difícil e impostergable que debe ser hecho
entre nosotros. Ustedes, por jóvenes y capacitados, deben
hacer propio aquel lema de un Estado Moderno fraguado en nuestro
siglo en medio de increíbles contrariedades: “Hagamos
hoy lo imposible y dejemos lo difícil para mañana”.
Responsabilidad. El Doctor Julio Genaro Campillo
Pérez,
docta y elocuentemente ha hecho “historia” de esta
Alma Mater. Todo lo dicho es verdad. Pero hay algo sutil y etéreo
que jamás pueden las palabras expresar en su profunda complejidad,
a saber, el espíritu con que esto se soñó,
se pensó, se realizó y continúa. Fue una corazonada
cristiana del Episcopado Dominicano, locura para algunos y utopía
para los más. Dios que nunca abandona a los que en El confían,
se metió en la hombrada y aquí tienen ustedes hoy
hecho realidad un sueño calido de visionarios. La Corazonada
cristiana y el ideal que la inspiro y anima esta cifrada en el
nombre que se le puso “Madre y Maestra”, titulo de
la encíclica social del Papa bueno Juan XXIII, lanzada al
mundo pocos meses antes inaugurarse esta Universidad. Los problemas
modernos que provocaron que aquella encíclica son los problemas
que nos llevaron a erigir esta Universidad y cuya solución
deben inspirar siempre el ideal de los que aquí se forman
y preparan y la finalidad de los que aquí investigan y enseñan.
Básicamente estos problemas mundiales (y muy nuestros también)
son problemas de justicia y equidad en la relación entre
trabajo y remuneración; entre Poder Público e iniciativa
personal; entre Poder Público , individuos y cuerpos intermedios;
entre propiedad y función social y bien común; y
en las relaciones entre sector agrícola y el sector industrial
y de servicios; entre zonas de diverso nivel de desarrollo dentro
de la misma comunidad política; entre países en diverso
grado de desarrollo económico-social y entre naciones económicamente
desarrolladas y naciones en vía de desarrollo.
No se trata, pues, de capacitarse aquí para el lucro personal
o de grupo o para perpetuar sistemas o estructuras que deben desaparecer
o evolucionar, sino de capacitarse para construir entre todos,
la patria que soñamos y necesitamos. Exigencia, por nuestra
parte, de un amor a Dios que exige amor al prójimo. “Si
alguno dice que ama a Dios a quien no ve y no ama al prójimo
a quien ve, miente”, como dice la Sagrada Escritura. Y un
amor al exige como limite mínimo el cumplimiento cabal de
los reclamos de la justicia y equidad, y como actitud normal permanente
el servicio e identidad con todos los que nos rodean.
Este es nuestro compromiso, el de ustedes y el de toda la amplia
familia de la Madre y Maestra, con Dios y con la Patria. Yo, por
mi parte, en nombre de toda la Conferencia Episcopal, quiero hoy
ratificarlo solemnemente. Dicho compromiso deber ser un ideal que
nos sostenga, una palabra dada que nos ate y una antorcha que nos
guíe.
Hidalguía. El programa que dice que este
acto es en honor a mi persona, por mi reciente incorporación al Colegio Cardenalicio.
Como bien nacido, tengo que agradecer este gesto que les honra
ante todo a ustedes por su delicadeza y noble de corazón.
Por mi parte les voy a repetir lo que he afirmado últimamente
en varias ocasiones.
Lo que tiene el Cardenalato de mayor servicio sacerdotal a los
hombres y de mayor entrega a la Iglesia “Madre y Maestra” de
los hombres, lo acepto con gusto y responsabilidad, con amor y
gozo. Ha sido el sueño y empeño de mi vida: ayudar
y servir a los hombres como sacerdote, como sacerdote bueno y sencillo,
como sacerdote a disposición de todos.
Aquí precisamente, en esta noble ciudad de Santiago de los
Caballeros estrené yo mi sacerdocio. Y lo estrené con
gozo a mi aire y talante siendo capellán del Asilo de Ancianos – Hospicio
de San Vicente de Paúl-, siendo capellán del Colegio
del Sagrado Corazón de Jesús, fundando la Acción
Católica de Caballeros, dando retiros, organizando la catequesis
en tres parroquias y dando charlas por radio. De esos tiempos guardo
celosamente un consolador y perfumado recuerdo.
Por otro lado, si algo tiene el Cardenalato de honor y premio,
eso se bien que no es a mi persona sino a la patria y a la Iglesia
Dominicana, cargadas ambas de méritos a lo largo de cuatro
siglos de cristianismo. Un cristianismo –el nuestro- blasónico
por tanta primacías de los primeros tiempos y heroico por
tantas contrariedades seculares y resistidas y vencidas.
Reconocimiento. Faltaría a la justicia y equidad – después
de haber insistido hoy en ellas- si antes de concluir no expresase
aquí públicamente un merecido reconocimiento al Ilustre
Rector de esta Alma Mater que le ha dado a ella, sin reservas ni
cicaterías toda su capacidad emprendedora y lo mejor de
su espíritu indomable y tesonero durante todos estos años;
a la Junta de Directores, al Consejo de Desarrollo, a los Vice-Rectores,
Decanos, Directores de Departamentos, oficiales, profesores, bienhechores
y empleados todos y a la ciudad entera de Santiago, que con su
dedicación y entrega, con su capacidad y empeño,
con su ilusión, y entusiasmo están consiguiendo que
lo que fue un reto y un riesgo este siendo una realidad y hasta
un orgullo regional y nacional.
Termino. Que lo andado no sea pretexto de reposo,
desmayo o fatiga, sino acicate de futuros logros. Y que el “espíritu” de
esta
iniciativa fecunda, por nada ni nadie se extinga ni aminore.
He dicho.
|