Escritos
Escritos de y sobre Cardenal Octavio Antonio Beras Rojas
(Disponibles en Texto Completo)

 

Discurso de gracias en el homenaje de la UCMM con ocasión de su cardenalato
15 de noviembre de 1976.

Señoras
Señores

No soy yo muy amigo de discursos solemnes.

Y aquí todo es hoy solemne: fecha, reciento, personas y discursos.

No voy, sin embargo a traicionar mi modo de ser ni mi modo de actuar. Ha sido lema de mi vida. Y su cumplimiento me ha proporcionado inmensas satisfacciones y ningún sinsabor.

Cinco palabras resumen cuanto voy a decir: Gozo, Responsabilidad, Compromiso, Hidalguía y Reconocimiento.

Gozo. Inmenso gozo de estar aquí en el corazón del saber en medio de una juventud ansiosa de capacitarse eficazmente para construir con ilusión y sin fatiga una patria cada día mejor, es decir una patria más justa, más digna, más soberana, más fraternal, más respetuosa y respetada. Ustedes –institución y personas- deben ser esperanza cierta, refugio de fortaleza y estimulo continuo de tanto trabajo difícil e impostergable que debe ser hecho entre nosotros. Ustedes, por jóvenes y capacitados, deben hacer propio aquel lema de un Estado Moderno fraguado en nuestro siglo en medio de increíbles contrariedades: “Hagamos hoy lo imposible y dejemos lo difícil para mañana”.

Responsabilidad. El Doctor Julio Genaro Campillo Pérez, docta y elocuentemente ha hecho “historia” de esta Alma Mater. Todo lo dicho es verdad. Pero hay algo sutil y etéreo que jamás pueden las palabras expresar en su profunda complejidad, a saber, el espíritu con que esto se soñó, se pensó, se realizó y continúa. Fue una corazonada cristiana del Episcopado Dominicano, locura para algunos y utopía para los más. Dios que nunca abandona a los que en El confían, se metió en la hombrada y aquí tienen ustedes hoy hecho realidad un sueño calido de visionarios. La Corazonada cristiana y el ideal que la inspiro y anima esta cifrada en el nombre que se le puso “Madre y Maestra”, titulo de la encíclica social del Papa bueno Juan XXIII, lanzada al mundo pocos meses antes inaugurarse esta Universidad. Los problemas modernos que provocaron que aquella encíclica son los problemas que nos llevaron a erigir esta Universidad y cuya solución deben inspirar siempre el ideal de los que aquí se forman y preparan y la finalidad de los que aquí investigan y enseñan. Básicamente estos problemas mundiales (y muy nuestros también) son problemas de justicia y equidad en la relación entre trabajo y remuneración; entre Poder Público e iniciativa personal; entre Poder Público , individuos y cuerpos intermedios; entre propiedad y función social y bien común; y en las relaciones entre sector agrícola y el sector industrial y de servicios; entre zonas de diverso nivel de desarrollo dentro de la misma comunidad política; entre países en diverso grado de desarrollo económico-social y entre naciones económicamente desarrolladas y naciones en vía de desarrollo.

No se trata, pues, de capacitarse aquí para el lucro personal o de grupo o para perpetuar sistemas o estructuras que deben desaparecer o evolucionar, sino de capacitarse para construir entre todos, la patria que soñamos y necesitamos. Exigencia, por nuestra parte, de un amor a Dios que exige amor al prójimo. “Si alguno dice que ama a Dios a quien no ve y no ama al prójimo a quien ve, miente”, como dice la Sagrada Escritura. Y un amor al exige como limite mínimo el cumplimiento cabal de los reclamos de la justicia y equidad, y como actitud normal permanente el servicio e identidad con todos los que nos rodean.

Este es nuestro compromiso, el de ustedes y el de toda la amplia familia de la Madre y Maestra, con Dios y con la Patria. Yo, por mi parte, en nombre de toda la Conferencia Episcopal, quiero hoy ratificarlo solemnemente. Dicho compromiso deber ser un ideal que nos sostenga, una palabra dada que nos ate y una antorcha que nos guíe.

Hidalguía. El programa que dice que este acto es en honor a mi persona, por mi reciente incorporación al Colegio Cardenalicio. Como bien nacido, tengo que agradecer este gesto que les honra ante todo a ustedes por su delicadeza y noble de corazón.

Por mi parte les voy a repetir lo que he afirmado últimamente en varias ocasiones.

Lo que tiene el Cardenalato de mayor servicio sacerdotal a los hombres y de mayor entrega a la Iglesia “Madre y Maestra” de los hombres, lo acepto con gusto y responsabilidad, con amor y gozo. Ha sido el sueño y empeño de mi vida: ayudar y servir a los hombres como sacerdote, como sacerdote bueno y sencillo, como sacerdote a disposición de todos.

Aquí precisamente, en esta noble ciudad de Santiago de los Caballeros estrené yo mi sacerdocio. Y lo estrené con gozo a mi aire y talante siendo capellán del Asilo de Ancianos – Hospicio de San Vicente de Paúl-, siendo capellán del Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, fundando la Acción Católica de Caballeros, dando retiros, organizando la catequesis en tres parroquias y dando charlas por radio. De esos tiempos guardo celosamente un consolador y perfumado recuerdo.

Por otro lado, si algo tiene el Cardenalato de honor y premio, eso se bien que no es a mi persona sino a la patria y a la Iglesia Dominicana, cargadas ambas de méritos a lo largo de cuatro siglos de cristianismo. Un cristianismo –el nuestro- blasónico por tanta primacías de los primeros tiempos y heroico por tantas contrariedades seculares y resistidas y vencidas.

Reconocimiento. Faltaría a la justicia y equidad – después de haber insistido hoy en ellas- si antes de concluir no expresase aquí públicamente un merecido reconocimiento al Ilustre Rector de esta Alma Mater que le ha dado a ella, sin reservas ni cicaterías toda su capacidad emprendedora y lo mejor de su espíritu indomable y tesonero durante todos estos años; a la Junta de Directores, al Consejo de Desarrollo, a los Vice-Rectores, Decanos, Directores de Departamentos, oficiales, profesores, bienhechores y empleados todos y a la ciudad entera de Santiago, que con su dedicación y entrega, con su capacidad y empeño, con su ilusión, y entusiasmo están consiguiendo que lo que fue un reto y un riesgo este siendo una realidad y hasta un orgullo regional y nacional.


Termino. Que lo andado no sea pretexto de reposo, desmayo o fatiga, sino acicate de futuros logros. Y que el “espíritu” de esta iniciativa fecunda, por nada ni nadie se extinga ni aminore.

He dicho.