Discurso del Papa Pablo VI a dos Nuevos Cardenales
Lunes 31 de mayo de 1976.
Queremos ante todo manifestar nuestra alegría de encontrarle
nuevamente en estos días memorables y de participar, al
menos durante unos momentos, del gozo familiar de Vuestra Eminencia
al sentirse rodeado de personas que, por diversos títulos,
le son especialmente queridas.
Ello le indica también nuestros sentimientos de profunda
estima y benevolencia para con su persona, así como de reconocimiento
por su abnegada entrega a la actividad pastoral en las entrañables
tierras de Santo Domingo, cuna de tantos desvelos y esperanzas
para la Iglesia y para Nos mismo.
Al regresar ahora a su sede, sepa que lleva consigo, Señor
Cardenal, nuestro afectuoso recuerdo, nuestra cercanía en
la oración y nuestra Bendición, de la que hacemos
participantes a todos los presentes.
Al cardenal Eduardo Pironio y a las personas que le acompañaban
el Papa dijo estas palabras.
Señor Cardenal,
La visita que quiere hoy hacernos, acompañado de sus familiares,
colaboradores y amigos, constituye para Nos motivo de particular
satisfacción y gozo.
En efecto, este encuentro nos ofrece la oportunidad de renovarle,
una vez más y en circunstancias tan significativas como
las actuales, el testimonio de nuestra profunda benevolencia y
aprecio por su celosa y dilatada labor eclesial; primero en Mar
del Plata y en el CELAM, y ahora como Colaborador nuestro en la
Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares.
Sabemos cuán dentro del corazón lleva Vuestra Eminencia
a su querida tierra argentina, y cómo entrelaza en su espíritu
el amor ala porción eclesial del pasado con la fiel dedicación
a la tarea presente. Nos complacemos de ello, y como aliento en
esos ideales apostólicos añadimos nuestra comunión
en la plegaria y nuestra especial Bendición, que extendemos
a todos sus acompañantes.
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