Escritos
Escritos de y sobre Cardenal Octavio Antonio Beras Rojas
(Disponibles en Texto Completo)

 

Carta a todos los sacerdotes, diáconos, religiosas, religiosos, ministros laicos y fieles
7 de mayo de 1981.

Me agradaría hablar, sin prisas, con cada uno de ustedes pero, ante la imposibilidad de mi deseo, recurro gustosamente a esta carta.

El tema principal de ella va ser mi salud.

Sé que a muchos de ustedes llegaron rumores alarmantes y que, bondadosos como son, elevaron fervientemente más de una oración a Dios por mí, poniendo por intercesora Nuestra Madre de la Altagracia. Dios les premie con creces su afecto y su interés por este humilde servidor de dios y de ustedes.

Más por consejo y presión ajena que por iniciativa propia o por alguna molestia seria concreta, decidí, a finales de agosto, hacerme un reconocimiento medico completo.

Quiero aquí públicamente expresar mi agradecimiento al Arzobispo de Miami, Mons. Eduardo McCarthy que me sugirió para hacer tal reconocimiento a fondo el magnífico Hospital Católico de Miami “Mercy Hospital”, y a las religiosas del hospital.

Ellas asumieron generosamente todos mis gastos en él. Qué equipos tan cualificados de doctores, técnicos, enfermeras, empleados, capellanes y religiosas servidoras de los enfermos. ¡Qué instalaciones tan esplendidas! ¡Qué trato tan esmerado, cuidadoso y delicado! De él uno sale no solo aliviado o recuperado en el cuerpo sino también reconfortado en el espíritu. En la misa de despedida, celebrada en su acogedora Capilla, les dije: “Todos ustedes sin excepción son una fiel replica del Samaritano del Evangelio que tanto ponderó a Cristo en la Parábola. Sin embargo ustedes no son una parábola sino una admirable realidad”.
Me acompaño siempre Su Excia. Mons. Príamo Tejeda que como ustedes sabes es también médico.

Al final del reconocimiento tuve una gran alegría, una conciencia clara de mi realidad y un sentimiento profundo y sincero. La alegría fue de haber consumido mi vida y mis energías en el servicio de Dios y de la Iglesia, como sacerdote, a favor de todo el pueblo dominicano. No olviden que durante diez años de mi episcopado toda la Republica comprendía una sola jurisdicción eclesiástica. La merma de la salud a mis setenta y cuatro años, en vez de entristecerme, me alegra por haber empleado mi vida en tan noble ideal y en tan divino y humano servicio. Me alegra sobremanera no haber querido, en todo momento, ser otra cosa que sacerdote de todos ustedes, solo sacerdote, sacerdote siempre y sacerdote en todo.

¿ Cuál fue la conciencia de mi realidad? Fue la que dicto el examen serio de los análisis severos de mi reconocimiento: anomalías en el sistema circulatorio, problemas de vesícula que exigen una intervención quirúrgica; ciertos problemas en la vista y, lo que mas inquietaba a los médicos, una ulcera en una de las cuerdas vocales, de diagnostico maligno provisoriamente, a la espera de lo que dijese el microscopio.

Retorne a Santo Domingo con la prescripción médica de no hablar una sola palabra, obligado a volver al Hospital de Miami el 29 de septiembre para intervención quirúrgica en la garganta. Cumplí fielmente lo mandado, me puse en las manos de Dios y recurrí con fe a la Virgen de la Altagracia, al Santo Cura de Ars, a la venerable Sierva de Maria Sor Maria Catalina –ya que dos Siervas de Maria de Santo Domingo me atenderían allá después de la operación- y a otros intercesores de mi devoción especial.

Cuando el lunes 29 de septiembre, de nuevo en el “Mercy Hospital”, examinaba acuciosamente mis cuerdas vocales, el Doctor, persona muy cristiana, me decía, lleno de alegría y admiración, que la ulcera había cicatrizado perfectamente y que no había huella alguna. Ni un momento he dudado de una intervención especial de Dios. Pido, pues a todos ustedes, con la mayor sinceridad de mi alma, unan su acción de gracias a la mía.

Tres cosas me exigieron los médicos por un tiempo prolongado: hablar solo estrictamente lo necesario; reducir el ritmo de trabajo, y evitar tensiones.

Mis dos Obispos Auxiliares, Mons. Juan F Pepén y Mons. Príamo Tejeda, que desde su nombramiento se dividen pastoralmente nuestra vasta Arquidiócesis, asumieron, a partir de ese momento, una mayor responsabilidad bajo mi guía más remota. En el mes de marzo volví a Miami a solicitud de los médicos. Todo marcha muy bien. No me queda ahora sino comunicarles, con sencillez, el sentimiento profundo y sincero de mi corazón del que les hable mas arriba.

Lo expresaré con las palabras de San Pablo a sus hijos de Corinto: “Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando día a día. Las leves tribulaciones, de un momento nos producen, sobre toda medida, un gran caudal de gloria eterna a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles sino en las invisibles.

Las cosas visibles son pasajeras mas las invisibles son eternas. Sabemos, en efecto, que si esta tienda que es nuestra habitación terrestre se desmorona, tenemos una casa que es de Dios, una habitación eterna (no hecha por mano humana) que esta en los cielos y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste” (2 Cor. 4, 16; 5, 1 y 2)
Mucho agradezco a todos su bondad, su interés y sus oraciones por mi salud. A todos invito a dar gracias conmigo a Dios por la inesperada recuperación de mi problema mayor.

Relacionado, en cierta manera, con todo lo que les he informado quiero también hacerles saber que todos los Obispos, al llegar a los 75 años (-yo los cumpliré el próximo 16 de noviembre-) deben poner a disposición del Santo Padre, de acuerdo a lo establecido en el Decreto Conciliar “Christus Dominus”, las Diócesis encomendadas a su guía. Es verdad que el Santo Padre, en determinadas circunstancias, no ha aceptado tal renuncia y ha pedido a diversos Arzobispos y Obispos seguir al frente de sus Diócesis. No creo que vaya a ser el caso mío, dados los muchos y laboriosos años al frente de esta querida Arquidiócesis Primada de América y dada la sacudida sufrida por mí en la salud.

Dentro de unos días partiré a Roma para cumplir con mis deberes de Cardenal y de Arzobispo. Espero regresar pronto. Antes de partir quiero referirme a algunos puntos que están en la conciencia de todos y son objetos de mis oraciones ante Dios y de mi reflexión.

Elecciones próximas. A medida que se va acercando esa fecha, vemos que la actividad de los partidos políticos, de los grupos y de personas crece y se intensifica. Es un deber de todo empeñarse en que la prudencia, solidaridad y productividad nacional no sufran detrimento en ningún momento. Hay que evitar desde el comienzo que el certamen electoral se convierta en un campo de Marte con daño irreparable para todos.

Me permito, porque lo creo un deber de mi función, recordar a todos los ciudadanos que no podrá haber éxito en unas elecciones libre, como corresponde a una sociedad democrática, si los que dirigen los partidos políticos no mantienen en todo momento un diálogo de altura y mutuo respeto y no exigen a sus seguidores responsabilidad, civismo y cordura. La inmensa mayoría del pueblo dominicano rechaza instintivamente las frases destempladas, los ataques virulentos, las mutuas recriminaciones y las exacerbaciones que pueden llevar a extremos insospechables. Ese no es el camino ni humano ni cristiano ni dominicano.

Las huelgas. Están siendo un recurso fácil entre nosotros. Nadie, sin embargo, debe olvidar que la huelga es un recurso extremo, aunque justo en determinadas circunstancias, para conseguir derechos verdaderos que no pueden lograrse por ningún otro medio. Pero, aun tratándose de una huelga justa, existe la obligación grave – como ya advertía el mismo Concilio Vaticano II – de buscar urgentemente caminos de negociación y reanudación de un dialogo conciliatorio (Gaudium et Spes, n. 68). Las huelgas, sin embargo, que perjudican a terceras personas ajenas al conflicto y seriamente necesidades de los servicios de los que se les priva, son especialmente graves y lesionan aspectos de justicia y equidad que no pueden ser olvidados por nadie.

Cuantas veces surja un conflicto, la justicia, la razón, la prudencia y el bien común deben siempre prevalecer, en ambas partes litigantes, sobre la pasión, la fuerza y los intereses particulares. No recurrir a la razón será siempre desconfiar del hombre y herir profundamente su dignidad humana.

El campesinado. Es mucho y urgente lo que hay que hacer en su favor. Hagámoslo entre todos. No es, sin embargo, la ocupación ilegal de tierras el camino para hacer desaparecer males muy antiguos. Pero para que esto no suceda, enfrentemos sin demora todos los complejos problemas del campo y pongamos a disposición del campesino canales fáciles y eficaces a través de los cuales puedan ellos exponer su situación y presentar todos sus justos reclamos.

El encarecimiento de la vida. Todos lo estamos sufriendo pero es justo que pensemos que los mas castigados por el son hermanos de escasos o nulos recursos económicos. Seamos todos muy conscientes de esto y hagamos en su favor cuantos sacrificios sean necesarios y contribuyamos a que su situación se alivie y desaparezca.

Otros males. No hay duda que todos esos males que afectan hoy a las grandes naciones, robos, asaltos, asesinatos, destrucción de hogares, drogas, etc., nos empiezan a afectar también a nosotros aunque en menor escala. Conviene por eso que nosotros continuemos cultivando nuestro espíritu cristiano y nuestra innata bondad. Respecto a esto, es mucho lo que pueden hacer los padres y madres en el hogar. Esto facilitaría increíblemente la labor del Poder Público, de la Policía Nacional y aun del Ejército en su función indeclinable de garantizar el orden y la estabilidad, condiciones necesarias del desarrollo integral de todos de la paz.

No quiero terminar sin deciros que todas estas cosas las he escrito con el corazón, un corazón que en 48 años sacerdotales no ha pretendido fundamentalmente otra cosa que amar profundamente a todos los dominicanos sin reservas y sin discriminación alguna.
Les abraza y bendice en el Señor,


Octavio Antonio Cardenal Beras Rojas
Arzobispo Metropolitano
de Santo Domingo